Capítulo 56

La noche en la ciudad parecía interminable. El vehículo en el que viajaban rugía contra el asfalto húmedo, atravesando avenidas secundarias, calles estrechas y puentes desiertos. Alejandro conducía con una tensión feroz en cada músculo de su cuerpo; sus manos apretaban el volante como si fueran a fundirse con el cuero, y sus ojos no parpadeaban, escaneando cada esquina, cada retrovisor, buscando una amenaza invisible.

Emma iba en el asiento del copiloto, su rostro iluminado apenas por las luces intermitentes que pasaban a toda velocidad. Estaba agotada, con la piel pálida, los ojos rojos por el llanto y la tensión. Pero aun así, mantenía su mano entrelazada con la de Alejandro, como si ese contacto bastara para sostenerla de pie en medio de aquel torbellino.

Atrás, Mateo sostenía a Clara entre sus brazos. Ella estaba adolorida, herida todavía por la brutalidad del secuestro, pero sus ojos se mantenían abiertos, clavados en él con un brillo que era mezcla de amor y miedo. A su lado, Is
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