Alejandro llevaba horas sentado en su despacho dentro del castillo, rodeado de carpetas antiguas que parecían a punto de desmoronarse igual que él. No había prendido las luces; solo la ventana abierta dejaba entrar una claridad gris, suficiente para que las palabras frente a sus ojos fueran visibles, pero no para amortiguar el golpe que le daban.
Había abierto finalmente los archivos que el Gobierno entregó tras la caída parcial de Trinidad II. Lo había postergado por semanas. Había preferido centrarse en Emma, en Sofía, en la recuperación de Casa Esperanza. Pero algunas verdades no pueden esconderse para siempre.
Una de las carpetas llevaba su propio apellido.
Blackwood.
Proyecto Trinidad.
Herederos operativos.
Pasó la mano por la portada, como si tocara algo venenoso.
—¿Cómo no supe esto antes…? —murmuró.
Comenzó a leer.
Eran documentos firmados hace más de veinte años. Informes, contratos, acuerdos secretos entre su padre y representantes del antiguo círculo Salvatierra. Todo const