Mundo ficciónIniciar sesiónEl sol apenas estaba subiendo cuando las puertas del hospital se abrieron y Emma entró corriendo, con Alejandro desmayado entre sus brazos. Su ropa estaba empapada, la piel manchada de sangre, y la respiración del hombre que amaba era inexistente.
Ricardo gritó por ayuda.
La niña desconocida lloraba, cubierta por una manta.
Pero Emma no escuchaba nada.
Solo sentía el peso de Alejandro.
El calor que se extinguía.
El silencio que amenazaba con arrancarle el alma.
—¡Necesito un médico! ¡Ahora! —gritó, sosteniéndolo como si al aflojar un dedo pudieran separarlo para siempre.







