Capítulo 103

La madrugada había caído silenciosa sobre el bosque. La fogata, reducida a brasas, arrojaba un resplandor débil que apenas iluminaba los rostros agotados. Emma se encontraba recostada contra Alejandro, su respiración acompasada después de las horas de desvelo y caricias que habían compartido en la penumbra. Parecía un instante robado al destino, un oasis en medio de la guerra.

Pero Alejandro no dormía. Con el oído atento a cada crujido del bosque, mantenía la pistola cerca de la mano. Había aprendido a desconfiar de la calma; demasiado a menudo, la quietud era el preludio del desastre.

Y no se equivocaba.

Un sonido sordo, metálico, retumbó en la distancia. El crujir de ramas quebradas. Luego, luces. Focos potentes atravesando los árboles como cuchillas blancas.

Alejandro se incorporó de golpe.

—¡Despierten! —rugió, sacudiendo a Emma con suavidad pero con urgencia.

Ella abrió los ojos sobresaltada, y al ver su expresión supo que algo iba mal.

—¿Qué ocurre?

—Nos encontraron.

Mateo saltó
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