Se dirigió al estudio y abrió el cajón de su escritorio. Dentro estaba la única foto real que tenía de ella. La habían tomado mientras entrenaba al halcón en el jardín o, mejor dicho, mientras lo torturaba con él. Su sonrisa mirando el ave volando era lo más hermoso que había visto. Más que los cuadros caros que adornaban la mansión familiar. Más que todas las mujeres que habían pasado por su vida sin dejar huella.
Esa sonrisa fue lo que comenzó todo.
Su teléfono sonó de nuevo. Era su padre. Sintió tensión en todo el cuerpo mientras tomaba aire antes de responder.
—¿Sí?
—&iques