LIAM
No entiendo.
La miro vestirse en silencio, como un autómata. Su rostro está cerrado, sus movimientos son rápidos, casi mecánicos. No me mira. Ni una sola vez.
Y, sin embargo, la conozco. Cada estremecimiento de su piel. Cada pliegue de su silencio.
Pero aquí… es como si una extraña hubiera tomado posesión de ella.
Quiero extender la mano, decirle que se quede, decirle que está a salvo, aquí, conmigo.
Pero siento, en el fondo, que es inútil.
— Nerya… espera.
Ella abre la puerta.
Se detiene.
Pero no se da la vuelta.
— No me sigas, dice. No es contra ti.
Su voz es áspera. Lejana. Como si hablara a través de siglos.
Como si un milenio de dolor se deslizara entre cada sílaba.
Y luego desaparece.
Sin un ruido.
Sin un escalofrío.
Sin una última mirada.
Me quedo paralizado un segundo, dos, diez. Mi corazón late demasiado fuerte. Una náusea sorda me retuerce el estómago. No es normal. No es ella. O sí… en realidad. Es ella. Pero una versión que nunca he visto.
Entonces tomo mi chaquet