Liam
Estoy aquí.
Apoyado contra la pared, frente a su escritorio.
Desde hace más de una hora.
Los guardias pasan. Algunos evitan mirarme, otros se detienen un segundo de más antes de reanudar su marcha, apresurados, nerviosos. Soy una tensión en el pasillo, una tormenta en suspenso. Nadie se atreve a decirme que me vaya.
Lo sienten.
Lo saben.
Incluso los más valientes entienden que cuando un macho se ve reducido a esperar así, sin moverse, es porque está al borde de algo peligroso.
Estoy tranquilo en apariencia.
Pero por dentro… grita.
No he cerrado los ojos en dos noches.
He intentado.
Acostado sobre mis sábanas heladas, la mente nublada, el cuerpo febril. He tratado de pensar en otra cosa, de distraerme, de hundirme en el sueño por la fuerza.
Pero nada ha funcionado.
Ella está en todas partes.
Su olor, ese calor que deja tras de sí, la sensación de sus dedos rozando mi piel como una quemadura sagrada. Su voz, incluso cuando es dura, me persigue. Su silencio, aún más.
Ella me evita.