El aire en el salón de baile era una pesada mezcla de perfume, champán y la falsa cortesía de las élites. Liam se movía entre la multitud como un depredador en su territorio. Con su traje de diseñador, la sonrisa impecable y la postura erguida, era la personificación del éxito. Se detuvo para aceptar otro brindis, sus ojos oscuros analizando el lugar con una frialdad que nadie notaría.
Mientras Liam controlaba la sala, Elías se sentía asfixiado. La opulencia, las conversaciones vacías, y la presión de su familia lo ahogaban. Estaba allí por obligación, pero su mente y su alma le pedían escapar. Con la copa de champán en la mano, buscó una salida lateral. Se movía con cautela, sus ojos escaneando la multitud, tratando de no llamar la atención. Quería aire fresco, un momento a solas, un respiro de la vida que le habían impuesto.
Fue en su apresurada huida que chocó con alguien. El champán se derramó sobre una camisa de seda y el cristal chocó contra el mármol, haciendo un ruido sorprendentemente fuerte en el ambiente. Elías levantó la vista y se encontró con los ojos oscuros de Liam, un CEO de quien su padre siempre hablaba con reverencia. Pero Elías no veía al empresario exitoso; veía al asesino que una vez había visto en un callejón. En ese momento, toda la asfixia desapareció, reemplazada por una mezcla de curiosidad, terquedad y una extraña excitación.
"Disculpa", dijo Elías, pero el tono no tenía arrepentimiento, solo un dejo de burla.
"No escuché que te disculparas", dijo Liam, su voz baja y gélida, la misma que usaba en las reuniones de la mafia. Elías lo miró de arriba abajo, su labio se curvó en una media sonrisa.
"¿Quieres que me disculpe por manchar tu costosa camisa? Lo lamento. Pero si te sirve de consuelo, el vino era horrible".
La audacia de Elías lo tomó por sorpresa. Nadie, nunca, le había hablado así. La ira se mezcló con una oleada de excitación, una sensación peligrosa que no había sentido en años.
"Paga por el traje y olvídalo", dijo Liam, su voz sin emoción.
"¿Y si no quiero?", respondió Elías, dando un paso más cerca. Liam lo consideró por un momento. Este chico era peligroso, no por su pandilla, sino por el desafío en sus ojos. Liam vio en él algo que no veía en su doble vida.
"Parece que te sientes valiente", dijo Liam.
"Y tú, parece que te sientes importante. Pero no lo eres", le susurró Elías al oído, justo antes de desaparecer entre la multitud.
Liam quedó congelado, la sensación del aliento de Elías aún persistente en su oreja, mezclándose con el frío húmedo de su camisa. No era solo la mancha oscura que ahora arruinaba su impecable apariencia, era la osadía en la mirada de Elías, la forma en que su voz, aunque burlona, no había temblado ni un instante. En años, nadie se había atrevido a desafiarlo de esa manera, a despojarlo de la máscara de CEO todopoderoso con una simple frase. La irritación inicial se había evaporado, dejando tras de sí una curiosidad punzante y una chispa de algo más oscuro.
Mientras observaba la espalda de Elías desaparecer entre el mar de trajes y vestidos elegantes, Liam sintió una sonrisa fría extenderse por sus labios. No era la sonrisa amable y calculada que ofrecía en las juntas directivas o en eventos sociales. Era una sonrisa depredadora, la misma que se dibujaba en su rostro en las sombras, cuando impartía órdenes que nadie se atrevía a cuestionar.
Él no tiene idea, pensó Liam, el poder comenzando a fluir de nuevo a través de sus venas, reemplazando la sorpresa inicial. Este chico, con su insolencia juvenil y su mirada desafiante, había cometido un error. Un error que iba más allá de derramar una copa de vino. Había despertado algo en Liam que creía dormido, una necesidad de control y dominio que ahora se enfocaba en este joven audaz.
"Elías...", murmuró Liam, saboreando el nombre que había escuchado de labios de otros invitados. Lo grabó en su mente, como se graba el nombre de una presa valiosa. No importaba quién fuera, de qué familia proviniera o los pequeños actos de rebeldía que llevara a cabo. Se había cruzado en su camino, lo había desafiado y, lo más intrigante de todo, no parecía temerle.
Elías no sabía con quién se había metido. Pero Liam se aseguraría personalmente de que lo descubriera. Cada fibra de su ser, tanto el CEO implacable como el líder de la mafia despiadada, se había enfocado en ese único objetivo. El juego acababa de comenzar.