Elías sentía el frío viento en su cara mientras la motocicleta devoraba los kilómetros. Las sirenas de la policía habían quedado atrás, pero el latido de su corazón aún resonaba en sus oídos. Se adentró en el bosque sin un rumbo fijo, solo con el deseo de perderse en la oscuridad, de ser invisible. Su moto se detuvo frente a lo que parecía una casa de campo abandonada. El lugar estaba rodeado por árboles altos y un silencio tan espeso que se podía cortar. Era el escondite perfecto.
Elías dejó la moto en el jardín y se acercó a la puerta principal. A pesar de su apariencia rústica, el lugar tenía un aire de misterio y lujo. Abrió la puerta sin hacer ruido, pensando que la casa estaba abandonada, y se adentró en la oscuridad. El lugar estaba en silencio. Sus pasos resonaron en la madera, y la única luz venía de una chimenea que proyectaba sombras danzantes sobre las paredes. Y entonces lo vio. En medio de la habitación, sobre un sofá de cuero, estaba Liam. Tenía los ojos cerrados, una mano colgaba de un lado con un cigarrillo humeante. Su rostro, sin la máscara de CEO, era diferente. Estaba vacío, ausente de emociones, una frialdad que Elías no había visto antes. En ese momento, no vio al empresario ni al mafioso, sino a un hombre cansado, abrumado por el peso del mundo. Elías se quedó quieto, sus ojos recorriendo el rostro de Liam. Admiró la forma de su mandíbula, sus largas pestañas que proyectaban sombras sobre sus mejillas. Había una vulnerabilidad en él que contrastaba con su imagen pública. Era una vista que lo fascinaba. El silencio se hizo más profundo. Tan profundo que Elías dejó de respirar. Fue entonces cuando los ojos de Liam se abrieron. No hubo sonido, no hubo movimiento, solo una mirada vacía que de repente se llenó de un frío y peligroso reconocimiento. Elías se congeló. Los ojos de Liam se estrecharon. La bruma de cansancio desapareció, reemplazada por una alarma instintiva. Se levantó del sofá en un solo movimiento, su mirada fija en el intruso. Liam se acercó, sus pasos medidos, como si fuera a cazar a su presa. La alarma instintiva se apoderó de él. En la mafia, un intruso en su propiedad privada significaba una amenaza mortal. Pero al ver la expresión de Elías, la furia de Liam se desvaneció, reemplazada por una profunda y extraña confusión. ¿Qué hacía el chico de la gala, con su insolencia y su seguridad, ahora aquí, en su santuario, con los ojos llenos de miedo? "¿Qué haces aquí?", dijo Liam, su voz profunda y ronca. No fue una pregunta, sino una amenaza. Elías, paralizado por la sorpresa, no podía hablar. Estaba anonadado por el cambio en el rostro de Liam. De repente, la frialdad de sus ojos se había ido. "Yo... yo no sabía que esto era tuyo", tartamudeó Elías, su voz un susurro. Liam se detuvo a pocos metros de él, su mirada escudriñando el rostro de Elías. "Parece que te gusta entrar en propiedades ajenas. Primero mi gala, y ahora mi casa. ¿Me estás siguiendo?" Elías negó con la cabeza frenéticamente. "No, no, claro que no. Yo solo... tuve un problema y estaba huyendo". Se detuvo, dándose cuenta de lo que había dicho. Sabía que se veía como un delincuente, con el pantalón de su traje rasgado y el cabello desordenado por el viento. "La policía me seguía. Pensé que la casa estaba abandonada, el camino es privado, así que... yo creía que nadie vendría". Liam se dio cuenta de la motocicleta afuera. Con una mirada, entendió todo. El chico de la gala, el que lo había desafiado sin miedo, era un fugitivo. Una sonrisa peligrosa se dibujó en su rostro. "Y te metiste en el único lugar en el que no te encontrarían. Ingenioso". Elías se sintió aún más incómodo. No sabía si la sonrisa de Liam era de admiración o de burla. Bajó la mirada al suelo, avergonzado. "Lo siento... me iré de inmediato". "No", dijo Liam, su voz firme. "Si te vas ahora, la policía te encontrará. No seré yo quien te entregue". Elías levantó la mirada, sorprendido. Liam no parecía enojado, ni planeando hacerle daño. Solo había un brillo de curiosidad en sus ojos. "Pero... ¿por qué me ayudas?" "Porque te debo una", susurró Liam. "Ahora, ven. Hay una bebida en la cocina y podemos hablar" Elías siguió a Liam hasta la cocina, un espacio moderno con paredes de vidrio que daban al denso bosque. El contraste entre el frío de la noche y el calor de la casa era reconfortante. Liam, con una botella de whisky en una mano y dos vasos en la otra, le hizo un gesto para que se sentara en la barra de la cocina. "¿Whisky o solo agua?", preguntó Liam. "Agua, por favor", respondió Elías. Su voz seguía siendo un poco temblorosa, no por miedo a Liam, sino por la conmoción de haber escapado de la policía. Liam sirvió el agua y el whisky, y el silencio se apoderó de la cocina. Elías miró la mancha de café en su traje de diseñador, sintiéndose fuera de lugar en la casa perfecta de Liam. La mirada fría y vacía de Liam había desaparecido, reemplazada por una curiosidad punzante. "Entonces, ¿quién te perseguía?", preguntó Liam, su voz casual, pero sus ojos no. Elías dudó. No le gustaba revelar sus secretos, especialmente a alguien como Liam, pero la situación no le dejaba otra opción. "Fue una pelea con una pandilla rival. Las cosas se salieron de control y alguien llamó a la policía". Se detuvo, viendo cómo la ceja de Liam se levantaba. "¿Qué hacías con una pandilla?", preguntó Liam. Elías suspiró. "No es lo que crees. No soy un delincuente. Es... mi manera de escapar de la presión de mi familia. Ser un chico 'perfecto' para ellos es agotador". Liam lo observó por un momento. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. "Lo entiendo". "No creo que lo entiendas", respondió Elías, sin pensar. "Tú también tienes una vida secreta, la he visto. Sé lo que eres". Elías se interrumpió, dándose cuenta de lo que había dicho. "Lo siento, ¿qué sabes de mí?". "Sé lo que he visto en un callejón y lo que me acabas de decir", respondió Liam, sus ojos intensos. "Parece que tú y yo no somos tan diferentes. Quizás es por eso que me siento tan intrigado por ti". Liam se sirvió un sorbo de whisky. "Puedes pasar la noche aquí, pero te irás al amanecer. Si te quedas mucho tiempo, los dos estaremos en problemas". Elías asintió, aliviado. Era mejor que nada. "¿Cómo te llamas?", preguntó Liam, por primera vez con un tono más suave. "Elías", respondió. "Y yo soy Liam". Ambos se miraron, la tensión se había vuelto un hilo invisible entre ellos. Liam sabía que Elías era un pandillero, pero también sabía que venía de una buena familia. Esto lo hacía más peligroso y lo acercaba más.