Dos millones y medio era el monto adeudado con la compañía de electricidad. Era Oliver el encargado de pagar las cuentas de suministros básicos, Isabella hacía lo propio con el internet, el teléfono y la televisión satelital.
Y sin siquiera avisarle, él había dejado de pagar.
—No quiero ni imaginar cuánto debemos de agua.
—Revisa, Isabellita o nos la van a cortar también —decía Mary.
La cuenta también era alta y se debían dos meses. Isabella las pagó al instante.
—¡Qué vergüenza, Mary! No le vayas a contar a nadie.
—¿A quién voy a contarle? Además, no tiene nada de malo, a todo el mundo le ha pasado.
A Isabella jamás y eso la asustaba.
A las diez de la mañana se reunió con David, el ex contador de la inmobiliaria. Lucía ojeroso bajo sus gafas, cansado.
—¿Qué pasó con Oliver? ¿Cómo llegó la inmobiliaria a estar tan mal?
—Malas decisiones, gastos desmedidos. El Oliver de los últimos meses no era el que conocí todos estos años, parecía... un chiquillo inmaduro apresurado por tenerlo to