LXXVII ¿El fin del dolor?
Había tres cuidadores en la residencia donde estaba hospedada Matilde, que se turnaban para cuidar a las niñas. Cada uno tenía horarios bien establecidos y rutinas inalterables, por lo que, siendo observadora, era posible determinar donde estaría cada uno a todo instante y encontrar los puntos ciegos en la vigilancia.

Y si algo caracterizaba a Matilde eso era lo muy observadora que era, al punto de tener trazada en su cabeza tres rutas alternativas de escape por si algo fallaba.

—Tengo dolores menstruales, ¿puedo ausentarme al taller de cocina?

—Claro, ve a descansar.

Matilde dejó una almohada ocupando su lugar en la cama y esperó la llegada del pedido del supermercado para la semana. Luego sólo tuvo de deslizarse sigilosamente por el jardín mientras se recibían los paquetes, escalar el cerco perimetral y alejarse caminando de manera casual para subir al auto que la esperaba en la esquina. Nadie descubriría su ausencia hasta la cena y faltaban más de seis horas para eso.

Tras perder
NatsZ

Las vidas de Jacob y Matilde están en peligro. Si sólo pudiera salvarse uno, ¿quién preferirían que fuera?

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