II Si lo digo se sentirá real

Mediodía del domingo diez de mayo, Matilde llevaba un día desaparecida, los detectives no habían vuelto a llamar a Isabella y su té se enfriaba en el mesón de la cocina.

Intentaba pensar, buscar una idea en su cabeza pantanosa donde todo se había estancado. Matilde era una buena niña, pero le había mentido sobre quedarse con July.

¿En qué más le mentiría?

Era una muchacha tranquila, no tenía novio, no fumaba ni bebía, no se metía en problemas... ¿Era así realmente? Ya no tenía certezas de nada.

La puerta de la entrada abriéndose puso de nuevo su mundo en movimiento y salió corriendo.

Era Oliver. Jamás sintió tanta decepción de ver llegar a su esposo.

—Te dije que yo te llamaría, no me gusta que me interrumpan en las reuniones —dejó su maleta al pie de la escalera y revisó algo en su teléfono.

Ningún beso de reencuentro o palabras de afecto. "¿Todo bien en mi ausencia, Isabella?" "¿Me extrañaste, amor? Yo te extrañé mucho" "¡Qué alegría estar en casa!"

Nada de eso hub0, sólo un hombre distante y frío que llegaba de su viaje. ¿Siempre había sido así luego de no verla por casi una semana? Si así era, a ella no le había importado.

¿Y por qué se detenía a pensar en eso justo ahora?

—¿Te fue bien? —le preguntó.

¿Acaso importaba?

—Bastante, nuevos inversionistas, más y mejores vacaciones. Estaba pensando en comprar un yate.

Tener un yate sería sensacional. Broncear su cuerpo en la playa no se comparaba con hacerlo en la cubierta de un yate, con buena música, el mar a su disposición y champagne frío. Llenaría la galería de su teléfono con selfies en bikini y su esposo atrás, con sus gafas oscuras y su escultural cuerpo asomándose bajo una camisa hawaiana. Parecerían millonarios como los de las novelas.

Y Matilde podría invitar a July y celebrar en alta mar su próximo cumpleaños con sus amigos...

—¿Por qué estás llorando, amor?

Isabella se limpió las lágrimas. ¿Quién estaba llorando? Nadie lloraba, no pasaba nada, sólo había tenido la peor pesadilla de su vida, pero ya estaba despierta.

—Isa, ¿qué pasa?

Ella negó enérgicamente. Oliver se inquietó.

—¡Mary! ¡Matilde!... ¿Estás así porque no conseguiste el puesto? Ya habrá otra oportunidad, te invitaré a cenar por la noche y te animarás.

El llanto empeoró. Oliver la cogió de los brazos.

—Isabella, habla, me estás preocupando.

—¡Si te lo digo se volverá real y no quiero que lo sea! Es un error, todo estará bien.

—¡Por el amor de Dios, dime lo que ocurre!

Isabella inhaló profundamente. No había sentido tanta angustia por decir algo desde que, siendo adolescente, le confesara a sus padres que se había quedado embarazada de su novio.

—¡Matilde no está! Me dijo que se quedaría con July y July le dijo a Diana que estaría aquí y ninguna está.

—¡No puede ser! ¡¿Hiciste la denuncia?! ¡¿La policía la está buscando?!

—Ellos encontraron a una chica con el brazalete que le diste para su cumpleaños y creen que puede ser ella. Tomaron muestras de mi ADN para identificar el cuerpo.

—¡¿Cuerpo?! ¡Santa madre de Dios, qué está pasando!

La incredulidad de Oliver ante lo que ocurría duró exactamente cinco minutos, luego su dolor se convirtió en ira.

—¡La dejo contigo una semana y pasa esto! ¡¿Cómo es posible que no puedas cuidar a tu propia hija?!

Isabella nada dijo, esas palabras eran un eco en un rincón de su mente y se venían repitiendo desde que viera al policía en la puerta. La culpa se la comía viva.

—¡Tiene apenas quince años y la dejas dormir fuera! ¡Le das dinero para comprar maquillaje!

"Y le regalé un bolso Pr4da, un m4ldito bolso Pr4da".

—¡¿Dónde estabas mientras nuestra hija desaparecía?! ¡¿Qué clase de madre eres?!

La ira duró quince minutos y se llevó por delante el mini bar de la sala. El alcohol y los vidrios quedaron regados por el suelo, luego volvió la incredulidad.

—Matilde es lista, no se metería en problemas. Alguien debió robarle el brazalete que le di, eso debió pasar. Tal vez no ha vuelto porque está asustada.

Besó la frente de Isabella y después simplemente se encerró en su despacho.

Mary llegó a media tarde. Lloró al enterarse de la noticia, limpió el desastre de la sala, preparó la cena, volvió a llorar, intentó animar a Isabella y finalmente le compartió algunas de sus píldoras para dormir.

Isabella no las necesitó, en cuanto Oliver se metió a la cama con ella y la acurrucó entre sus brazos se durmió al instante.

                                      〜✿〜

La alarma la despertó a las seis de la mañana, pero no estaba en condiciones de presentarse en el banco. Llamó a su jefe y solicitó vacaciones anticipadas por asuntos familiares urgentes, ya le daría detalles luego. Ahora tendría dos semanas para concentrarse en hacer lo que tuviera que hacerse.

Habían planeado irse los tres al caribe para las vacaciones. Y probablemente en un yate.

Oliver salió del baño vistiendo un traje.

—¿Irás a trabajar? —preguntó ella.

—No voy a quedarme aquí lamentándome. Hablé con Adrián Álvarez, de la escuela. ¿Lo recuerdas?

—¿El atleta?

—El mismo, es detective y me llamará de inmediato si sabe algo. Estaré atento al teléfono.

Al ver la cara de decepción de su esposa, se acercó.

—Ten fe, Isabella. Nuestra niña está viva.

¿Dónde? ¿Con quién? ¿Por qué? Una bola de nieve se le armaba en la cabeza cuando la ponía en marcha. Quería que se le apagara.

Oliver le dio un beso en la frente y se fue. Ella volvió a acostarse hasta que Mary la sacó de la cama y la obligó a comer casi dándole la comida en la boca.

A las cuatro de la tarde Oliver la llamó para que se presentara cuanto antes en la estación. Las pruebas de ADN estaban listas y no iban a esperar a que los detectives del caso los llamaran. Isabella le avisó a Diana y las dos parejas hicieron presión por la información.

Finalmente el detective Tobar los hizo pasar a una sala. Isabella tenía cruzados todos los dedos que pudo cruzar. Visualizó a Matilde entre sus brazos y pensó en ella con todas sus fuerzas.

"Si lo deseo con todo mi ser, se cumplirá", se decía ella, que era la reina del escepticismo.

El detective paseó su vista por los rostros de los presentes, como evaluando sus expresiones y habló:

—El cuerpo corresponde a July Estévez.

Isabella jamás podría borrar de su memoria el desgarrador grito que dio Diana, así como tampoco se limpiaría de su conciencia la alegría que sintió de que no se tratara de su hija. 

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