I Irreconocible

—Por favor, contesta, m4ldita sea.   

Era la cuarta vez que Isabella llamaba a su esposo y era la cuarta vez que él le rechazaba la llamada. El chupasangre de su abogado contestó a la primera y ni siquiera estaba muy segura de por qué lo había llamado a él y no a alguien de la familia.

Llegó incluso antes que los detectives.

—¿Qué te pasó en la cabeza?

Por el impacto de la noticia, Isabella se había desmayado. Tenía un chichón que se había cubierto con un improvisado parche porque sangraba un poco.

—Eso es lo de menos. ¡Encontraron a una muchacha muerta, dicen que puede ser mi hija, George! —le explicó—. Se llevó su bolso Pr4da, le dije que no lo sacara. Tal vez la asaltaron... ¡Esto no puede estar pasando!

Las manos le temblaban y estaba muy pálida, todavía con la bata de baño luego de la ducha.

George la abrazó. En su confusión, Isabella se preguntaba cuánto le cobraría por dejarla llorar en su hombro. Y se odió a sí misma, pero ya no controlaba lo que pensaba.

—Pero qué fue lo que pasó.

—¡No sé! No me dieron muchos detalles... Dijeron que esperara a los detectives.

—Entiendo. Será mejor que vayas a vestirte por si debes salir, yo mientras te prepararé un té para los nervios. ¿De acuerdo?

Isabella asintió y fue a su habitación. Alcanzó a probar unos cuantos sorbos de té cuando los detectives llegaron, un hombre y una mujer que se presentaron como Rolando Tobar e Isidora Valencia. Le explicaron que la muchacha encontrada a las afueras de la ciudad llevaba un brazalete registrado a nombre de Oliver Crown, de ahí la conexión con su hija. Le enseñaron una fotografía del costoso artículo.

—Es... es el que mi esposo le regaló para su cumpleaños.

Estaba manchado, ennegrecido, como si se hubiera quemado. Isabella iba a preguntar si habían encontrado el bolso Pr4da, pero no le salieron las palabras.

—Para confirmar que se trata de su hija necesitamos una muestra de su ADN —dijo Tobar.

George se llevó una mano a la frente, le apoyó la otra a Isabella en el hombro.

—Pero, ¿no es necesario que la vea? Yo puedo reconocerla, es mi hija.

—Isabella, haz lo que dice el detective.

—Si no la veo, ¿cómo voy a estar segura de que es mi Matilde?

—Señora Crown, el estado del cuerpo no permitirá un reconocimiento visual. Necesitamos su ADN —dijo ahora la detective Valencia.

Isabella volvió a quedarse sin palabras, pensando, sin quererlo, en todas las horribles razones por las que el cuerpo estaría irreconocible.

Los detectives le pidieron que abriera la boca y le frotaron un cotonete en la parte interior de las mejillas. Le dijeron que la llamarían en unos días para informarle los resultados y se fueron.

No pasó ni un minuto e Isabella vomitó en medio de la sala.

                                      〜✿〜

Isabella despertó en su cama. No recordaba haber llegado hasta allí. Por un momento creyó que Oliver había regresado, que ella había tenido la peor pesadilla de borrachera y fue a la habitación de Matilde para confirmar que su hija estuviera bien.

Ella no estaba.

—Deberías ir con un médico, esta situación es muy estresante y delicada, sin mencionar que te golpeaste la cabeza —le dijo George.

—No voy a pagarte por ese consejo, pero sí para que seas mi chofer.

Ella no podía conducir en su actual estado de nerviosismo o acabaría estampada contra un árbol. Se miraba las manos y las sentía como parte del cuerpo de alguien más, todo su cuerpo se sentía así, como un traje, un disfraz en una película de terror. Y deseaba quitárselo, pero no podía.

Fueron a la estación de policía. Quedarse en casa tranquilamente esperando a que la llamaran se le hacía imposible, así que exigió ver el cuerpo. Necesitaba saber que todo era un error, que no era su hija.

—George, eres abogado. ¡Haz algo!

Él había intentado disuadirla desde que entraran, pero no había caso, Isabella no escuchaba, a ella y a su dolor no le importaban los protocolos, ni los tiempos de los procesos, ella sólo quería saber de Matilde.

El oficial a cargo de la estación habló personalmente con ella, le explicó el procedimiento, como si alguien en su posición pudiera entender razones, como si el cerebro todavía le funcionara. La cabeza de Isabella estaba llena de escenas de Matilde, desde que la sostuviera en sus brazos al nacer hasta la última vez que la vio. ¿Qué era lo último que ella le había dicho?

—Señora, el cuerpo de su hija ni siquiera está aquí. Si no se va a su casa y espera, la acusaremos por obstrucción a la justicia.

—¡¿Tiene hijos?! ¡¿Tiene esposa?! ¡¿Madre?!

—Isabella, no compliques las cosas. —George la jaló de regreso hasta el auto.

—Llévame a la morgue.

—Olvídalo. Hay algo que debes entender y es que, en este momento, no hay absolutamente nada que puedas hacer.

Isabella lo miró como si se hubiera vuelto loco. Le estaba diciendo que estaba inválida cuando ella estaba parada sobre sus dos firmes piernas y lista para usarlas, que se callara cuando el grito le hinchaba el vientre y le desgarraba la garganta.

—Llévame a la casa de July entonces.

La amiga de Matilde vivía en los suburbios, casas pequeñas, muy cercanas unas de las otras, sin privacidad. No siempre fue así. Como decía Oliver, "el mundo de los negocios era un sube y baja", y los Estévez ahora mismo estaban bien abajo.

Abrió la puerta Diana, la madre de July. La miró con sus ojos hinchados y no fueron necesarias las palabras, se echaron a llorar una en los brazos de la otra.

July también estaba desaparecida.

—¡¿Qué pasó?! ¡¿A dónde fueron?! —preguntó Isabella cuando el amargo llanto se lo permitió.

—¡Es lo que yo quiero saber, pensé que estarían a salvo en tu casa!

—¡¿Cómo que en mi casa?! Matilde me dijo que se quedarían aquí.

—No, Isabella. Aquí no estuvieron, July dijo que se quedaría con ustedes.

Esas palabras le llegaron como una patada en el vientre. Matilde le había mentido. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué había ocurrido? La incertidumbre la estaba matando y no consiguió respuestas en casa de July, sólo hundirse más y más en horrorosas dudas. Y saber que su hija le ocultaba algo profundizaba todavía más el dolor que sentía, así como la culpa.

—Tengo que llamar a sus amigos, averiguar si alguien sabe algo... El teléfono, se puede rastrear el teléfono, ¿cierto?

—Deja que la policía haga su trabajo, Isabella —le insistió George.

—¡Pero no puedo esperar!... ¿Cómo quieres que lo haga? Es mi niña... Mi hermosa niña...

La recibió su casa oscura y vacía. No llamó a su madre ni a sus hermanas, menos a su suegra o cuñados, tampoco a sus amigos, no quería hablar con nadie. Se fue directo a la habitación de Matilde y hundió la cabeza en la almohada que olía a ella. Allí lloró hasta dormirse, deseando que su amada hija llegara y la despertara de tan espantosa pesadilla. 

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