Pirmavera.

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Lamentablemente, las tensiones se multiplicaron con una rapidez alarmante, propagándose como un veneno letal que se infiltraba en cada rincón del imperio.

Lo que al principio parecía un simple rumor a voces, susurrado entre pasillos y mercados con cautela, pronto se convirtió en una realidad innegable y aterradora: era oficial.

El príncipe Uriel había declarado abiertamente la guerra a su hermana, la emperatriz Nuriel.

Un desafío tan frontal y descarado que sacudió los cimientos de la nación. La noticia se extendió como fuego sobre la hierba seca, avivada por el miedo y la incertidumbre. En décadas, el imperio no había conocido una guerra, mucho menos una que amenazara directamente con arrebatar la corona y derrocar a un soberano legítimo.

Aquellas eran las guerras más temidas,