—Incluso si se descubre que ellos están involucrados en esto... —la voz de Rose se tornó más baja, casi como si temiera que decirlo en voz alta pudiera hacer la situación más real—, va a ser muy difícil que la emperatriz haga algo al respecto.

Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire, pesando sobre todos nosotros como una losa invisible.

Ahora entendía.

De pronto, todo encajaba.

Por eso Nuriel se había encerrado en sí misma esos días. Por eso no había querido verme ni a mi, ni a nadie. Ella, la mujer que siempre había llevado con orgullo el peso del imperio, que había enfrentado tratados y conspiraciones con la cabeza en alto, estaba batallando contra algo mucho más peligroso: sus propios sentimientos.

Porque, si lo que Rose decía era cierto, esto no era solo una amenaza política. Era una herida que tocaba lo más profundo de su corazón.