—¿Estás dormido? —susurré, apoyando mi mejilla sobre su pecho y dejando que el ritmo pausado de su respiración me arrullara.
Su corazón latía con firmeza bajo mi oído, como un metrónomo que marcaba la calma que mi cuerpo necesitaba. Era casi hipnótico; cada latido me llevaba un poco más cerca del sueño, aunque mi mente insistiera en quedarse despierta.
—No… pero casi —respondió con voz baja, un murmullo que parecía fundirse con la oscuridad de la habitación—. ¿Sucede algo?
Guardé silencio un momento, intentando ordenar mis pensamientos. No quería alargar más la conversación, pero sentía que debía decirlo. No podía acostarme tranquila sin hacerlo. Respiré hondo, inhalando el calor de su cuerpo, y me permití hablar sin levantar la voz:
—Gracias por cuidar de la madre de Catherine —dije, sintiendo un ligero temblor en mis palabras—. Me sorprendió mucho cuando me contaron que la rescataste y l