Mundo de ficçãoIniciar sessão—Cariño… hay algo que quiero decirte —su voz cambió.
El tono suave de antes se volvió más grave, más serio. Sentí que lo que estaba a punto de decirme no era cualquier cosa. Nos movimos casi al mismo tiempo, instintivamente, como si ambas supiéramos que aquella conversación necesitaba otra postura. Me acomodé entre sus piernas, apoyando la espalda en su pecho, mientras ella me abrazaba por la cintura. Su calor seguía ahí, pero ahora había en el aire una tensión distinta, casi eléctrica. Me giré para mirarla. En su mirada había preocupación, pero también una determinación que me heló por dentro. —Hay muy pocas personas que saben esto… —dijo, con voz baja, como si temiera que alguien pudiera oírla. Tragué saliva y asentí. —Sabes que los emperadores pueden tener muchos hijos, ¿verdad? No hay un límite para eso. Pero hay algo que es sagrado: esos hijos solo pue






