Verano.

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Los días siguientes fueron decisivos.

La recuperación de Nuriel, para alivio de todos, avanzaba lentamente, pero de manera firme. Su cuerpo, aunque aún débil, respondía bien al tratamiento constante de Nora y a los cuidados que yo misma me empeñaba en darle.

Cada día traía consigo un pequeño triunfo: primero fue el brillo en su mirada, luego el control sobre sus manos temblorosas, y más adelante, los primeros pasos que dio por el pasillo, apoyada en nuestras manos como si el mundo entero dependiera de ellos.

Durante nuestra estancia en el palacio de Zariel, una calma engañosa nos envolvía, como si estuviésemos en el ojo de la tormenta.

En el exterior, el caos se había apoderado de la nación.

Uriel, aunque aún no se había proclamado oficialmente emperador, ya gobernaba con puño de hierro.