Mundo de ficçãoIniciar sessão¿Qué estaba pensando? Ni siquiera Pilar lo sabía, solo fue un torbellino de emociones que la había empujado al filo del abismo, y ahora, sobre la cornisa del puente, el arrepentimiento le calaba hasta los huesos, punzante y despiadado. ¿De verdad había deseado hacer lo que, al final, había hecho? ¿O acaso la desesperación le había robado la razón en un momento de debilidad? Poco importaba ya la respuesta, porque lo único cierto era que había saltado, y ahora la culpa le pesaba más que el miedo.
—Señor Zabet, no me deje caer, por favor, no me deje caer.
La súplica se escapó de sus labios en un hilo trémulo, casi ahogado por el llanto, mientras veía la silueta del hombre que la sujetaba, reconociendo en su voz una esperanza rota.
Él era el único en toda Villa Loma Negra que se dignaba a hablarle sin recelo, el único que no la juzgaba ni la señalaba como la nueva rica a sus espaldas, él único en el que ella había puesto las esperanzas de tener un amigo, algo que al final no sucedió por los celos de Daniel.
Y ahora, con el corazón en un puño y el remordimiento ardiendo en su pecho, Pilar sólo podía rogar por una segunda oportunidad, por no perderse a sí misma en aquel salto precipitado, por no acabar con la vida de ese hijo por el que tanto había luchado.
—No lo haré Pilar, juro que no lo haré.
Los pies de la joven oscilaban de un lado a otro, colgando en el vacío, mientras el peso de su vientre abultado la arrastraba aún más hacia el abismo, hacia la nada misma.
El instinto le susurraba que debía aferrarse con la mano libre a la muñeca de aquel hombre, buscar su salvación y la de su hijo con todas sus fuerzas, y sin embargo, su cuerpo se rebeló contra la lógica; solo pudo abrazar su vientre, como si al protegerlo pudiera calmar el pánico que sentía y transmitirle a su hijo una falsa serenidad ante la insensatez de sus actos, a la vez que un temblor recorrió su espalda, mientras el frío y el miedo se mezclaban con el arrepentimiento.
—Por favor, Pilar, ¡ayúdame!
Ares se maldecía una y mil veces, cada insulto dirigido a sí mismo resonaba como un látigo en su mente, porque si tan solo no hubiese descuidado sus ejercicios matutinos, quizás podría salvarla sin sentir cómo sus fuerzas lo abandonaban.
El subir a Pilar de nuevo al puente le parecía una tarea titánica; notaba el peso de la joven como una carga imposible, mientras una de sus manos se aferraba con desesperación a la delgada muñeca, y la otra trataba de asegurar el antebrazo, sintiendo cómo sus propios hombros amenazaban con desgarrarse en cualquier instante, y que decir de la maldita lluvia, persistente y fría, que dificultaba el agarre, el agua resbalando entre sus dedos como si el destino se empeñara en arrebatarle lo único que aún lo podía salvar.
—No quise hacerlo, en verdad no quise hacerlo.
Repetía Pilar una y otra vez, su voz temblorosa apenas se escuchaba entre sollozos, como si el dolor y la culpa le apretaran la garganta y no le permitieran ni hablar ni respirar.
Cada palabra era una súplica ahogada, y el llanto desbordado se mezclaba con la lluvia, mientras el pánico le hacía temblar y el miedo a perder lo poco que le quedaba que no era más que la vida de su hijo y la propia, la desgarraba por dentro.
El agua convertía el momento en una lucha desesperada, donde ambos temían que, de un segundo a otro, el destino se impusiera.
—Pilar, ¡mírame!
Gritó Ares con el terror que la situación le generaba, porque sin lugar a duda, él pensaba morir esa noche, pero por nada del mundo estaba dispuesto a verla morir a ella, él podría dejar de existir en ese momento y estaba seguro de que nadie le importaría, lo lloraría su familia, sí, pero la vida continuaría, sin embargo, el mundo no podía privarse de esa mujer, de la calidez de su mirada, del Sol en su sonrisa, de la belleza de su ser.
—Lo lamento.
Aseguró la joven con la rendición gravada en su mirada, y fue cuando Ares realmente comprendió que la perdería.
No supo cómo, no supo cuándo, pero algo nació en su corazón, un fuego que jamás había sentido, lo recorrió al completo, sus músculos que tanto había descuidado se sintieron renovados, si en ese segundo se creía capaz de levantar inclusive una furgoneta, no la dejaría caer, antes caería la luna, explotaría el sol, se terminaría el universo, pero Pilar no moriría allí, no frente a él.
—Te tengo Pilar, Dios mío, te tengo.
Ares no sabía si era él quien temblaba, o la joven entre sus brazos, aunque de pronto sintió las uñas de Pilar enterrarse en su espalda, y comprendió que era ella quien lo estaba abrazando, aunque además de las uñas sintió algo más, un movimiento en el abultado vientre de la castaña era ese insignificante ser que se gestaba en su interior, ese que lo había arruinado todo, al menos para Ares.
—Te tengo, te tengo y no pienso dejarte ir.
Repitió una y otra vez el magnate, mientras la dirigía al vehículo, Pilar quizás lo interpretó, como lo que era, el hecho de que la había salvado de una muerte segura que ella misma había buscado, mas Ares sabía el significado de esas palabras, no la dejaría ir, hace tanto tiempo que estaba buscando esto, una oportunidad, una señal donde ese bueno para nada de esposo que el amor de su vida tenía, fracasara y definitivamente para Ares, lo que acababa de ver, marcaba un fracaso rotundo por parte de Daniel.
—Tranquila Pilar, todo estará bien.
Aseguraba con su voz recuperando la fuerza que meses atrás había tenido, porque la esperanza echaba raíces en su pecho, mientras conducía por la estrecha calle de la villa Loma negra, aunque una de sus manos acariciaba la mano de Pilar, más que como un acto de consuelo para la joven, era un acto a modo de asegurarse de que ella en verdad estaba allí, a su lado, para siempre.
—No… no puedo ir a… Daniel no me recibirá.
La voz de la joven no era más que un balbuceo casi incoherente, aun así, Ares, la comprendió de inmediato, y aunque no debía, su corazón comenzó a latir aún más rápido, porque tal parecía que los astros le estaban sonriendo, definitivamente hacía mucho tiempo que estaba esperando esta oportunidad.
—Tranquila Pilar, te llevaré a mi mansión.
Pilar ya no respondió, no porque no lo escuchara, era que simplemente las fuerzas al fin la habían abandonado, ese colapso que tanto la había perseguido durante todos estos meses, al fin la había envuelto entre sus garras, su mente decidió desconectarse, y Ares solo continuo la marcha, por ver su respiración acompasada de la mujer que él amaba.
—Iremos a nuestro hogar cariño, no te preocupes.
Una de las empleadas de la mansión no daba crédito a lo que veía, no era solo el hecho de que su jefe había regresado sin previo aviso, lo que más la impresionaba era ver a la señora Duarte, en brazos del magnate.
—Señor Zabet, ¿acaso sucedió un accidente?
Indagó de inmediato Leticia, llegando a su lado, queriendo cerciorarse de que la embarazada estaba bien, pero Ares simplemente dio un paso atrás, poco dispuesto a que alguien se acercara a su mujer.
—Nada que debe importarte, me imagino que mi habitación está en orden. —indagó con voz seca mientras dirigía sus pasos escaleras arriba.
—Por supuesto señor, necesita que llame a la mansión Duarte…
La mirada de Ares silenció a la empleada, no era necesaria las palabras, la respuesta estaba muy clara en su rostro, aun así, el magnate habló.
—Solo llama a mi médico, a nadie más, nadie debe saber que Pilar está aquí.
Ares no había tomado la decisión de secuestrar a Pilar, claro que no, pero tampoco lo había desechado, su mente estaba confusa, aturdida, aunque trataba de enfocarse en lo único que importaba y, eso era Pilar.
Con una delicadeza inigualable, y sin creerse el poder haberla cargado hasta el segundo piso sin ayuda de nadie, la colocó cuidadosamente sobre su cama, no le importaba que las colchas se empaparan, lo único que podía pensar, es que ella no podía enfriarse, pero tampoco quería parecer… algo que aún no era, y esperaba no ser nunca.
—Leticia. —llamó a la joven, que al parecer era la única despierta en el lugar, misma que apareció de inmediato, o mejor dicho quizás estaba tras la puerta.
—El médico ya viene en camino señor.
Ares recordó que había contratado a Leticia, luego de casi atropellarla, cuando la joven estaba haciendo malabares en una de las calles principales del centro de la ciudad, en ese entonces todos decían que la bondad de Ares le traería problemas, en especial sus hermanas le reclamaban de que no era normal y mucho menos seguro, llevar gente de la calle a trabajar con él, mucho menos a su mansión, pero si había algo que poseía Ares, era un sexto sentido, no necesitaba el legajo de las personas para saber si eran buenas o malas, solo necesitaba ver sus ojos, como en este momento, los ojos de Leticia solo reflejaban preocupación, ni siquiera curiosidad por saber qué era lo que sucedía.
—Por favor, cambia la señora, toda su ropa, que no se enfríe.
Leticia simplemente asintió, a la vez que le dedicaba una sonrisa, para esta joven, Ares era un buen hombre, aunque nunca comprendió por qué siempre estaba solo, tenía su familia sí, pero en los 2 años que llevaba trabajando para él, jamás lo había visto con alguna novia, ni con ningún novio, aunque tampoco fingiría demencia, ella había ingresado en el último cuarto del segundo piso, ese mismo que Ares, después de aquel día, mantuvo bajo llave, había visto las fotos de Pilar, y había visto el plano del vecindario, y aun así no se atrevería a pensar nada malo en contra del magnate.
Y mientras Leticia cumplía lo ordenado por su jefe, Ares iba a una habitación continua, se deshacía de la ropa a una velocidad casi ridícula, y sin perder tiempo ingresó a la ducha, más que lavar su cuerpo o calentar su sangre, estaba buscando que el agua caliente se llevara de su ser el miedo.
Hacía mucho que no sentía esa emoción, ni siquiera cuando escuchó a Marta reclamarle a Pilar el estar embarazada, en ese entonces lo único que sintió fue ira, desesperación, pero no miedo, y nuevamente su mente lo llevó a lo que había decidido hacer aquella noche, él podía pensar en su muerte, pero jamás en que el mundo se privara de la existencia de Pilar, entonces se dijo que el psicólogo estaba equivocado, él no estaba obsesionado con Pilar, solo estaba enamorado.
—Hace tanto tiempo amor… te estaba esperando.
Musitó aquella frase, antes de salir de la habitación, como si fuese una plegaria, Y se dirigió al cuarto donde estaba la mujer que era capaz de mantenerlo con vida o desearlo morir en un instante.
—Señor sabed, el médico informó que en 5 minutos como mucho estaría aquí, ya cambié a la señora y seque su cabello, ¿necesita algo más?, ¿un té de tila quizás?
Ares vio con sorpresa a Leticia, comprendiendo en ese gesto lo mal que debía de verse, tendría que arreglar eso lo antes posible, pues estaba seguro de que Pilar no se fijaría en él, si en lugar de ver a un magnate, encontrar a un vagabundo.
—No es necesario… ¿qué demonios es eso?
Preguntó incluso con un poco de miedo, solo por notar como el vientre de Pilar se movía como si tuviese un maldito parásito dentro, o algún tipo de extraterrestre, algo que hizo que Leticia liberará una risilla.
—La señora Pilar tiene un embarazo avanzado señor Zabet, es normal que el bebé al moverse se note de esa forma.
—Debe ser molestoso para ella.
Aseguró el magnate de la construcción, sin saber muy bien qué hacer, más que cerrar sus puños, algo que por supuesto para Leticia no pasó desapercibido.
—Cuando mi hermana estuvo embarazada, y el bebé se movía demasiado, recuerdo que mi cuñado acariciaba su vientre y el bebé se tranquilizaba… ¿quiere que lo intente?
Consultó la joven solo para alentarlo, porque si sus cálculos no fallaban, y Ares reaccionaba de forma tan posesiva como lo había hecho cuando apenas ingresó a la mansión, estaba más que segura que sería él, quien colocara las manos en el vientre de Pilar, y por supuesto que no se equivocaba.
—No es necesario, puedo hacerlo yo.
Eso fue lo que dijo Ares, aunque no sabía si en realidad lo podría cumplir.







