Capítulo Cuatro

Leticia salió del lugar, no solo para esperar al médico, sino también para poner sobre aviso a las demás empleadas, y es que no solo Ares había regresado, sino que la señora Pilar de Duarte, también estaba allí, algo que el magnate no quería que nadie supiera, al menos nadie fuera de la mansión.

Mientras tanto, las manos de Ares se levantaron temblorosas, y cuando estuvieron a casi tres centímetros del vientre de Pilar, se alejaron, tomó aire de forma exagerada, para luego sentarse con cuidado al lado de la joven, sus ojos vagaron por su rostro un segundo, dándose cuenta de lo demacrada que estaba, y aun así Ares la encontraba hermosa.

Pero nuevamente el movimiento en su vientre llamó su atención, si tan solo fuese su hijo el que ella cargará, estaba seguro de que la imagen que tenía frente a él sería la más perfecta del mundo,

Leticia le había colocado el pijama del magnate, al menos uno de los tantos que tenía, de algodón, manga larga, y por supuesto holgado, aun así, a pesar de que notaba como la parte de los hombros y mangas le quedaban grandes, en el sector del vientre, lo que parecía ser un mundo se marcaba la perfección, y allí estaba nuevamente ese movimiento, que provocaba que Pilar moviera sus cejas en gesto de dolor, si dependiese de él lo arrancaría, pero en su lugar simplemente llevó nuevamente la mano hacia ese sector, sin embargo, en esta ocasión si la apoyó.

Un latido de corazón, un aleteo de mariposa, un suspiro de Pilar, y el asombro surcando el rostro de Ares, era una sensación rara, extraña, y aun así única, tanto así que, el rostro del magnate no pudo evitar mostrar una sonrisa, porque malditamente la vida era maravillosa, él, que debería estar ideando la forma en la que acabaría con su existencia, ahora estaba siendo... ¿Saludado?, por el hijo de su enemigo, era un tanto irónica la situación, y aun así sorprendente.

Ares veía su mano, como si pudiese ver el vientre de Pilar, sin embargo, simplemente podía sentir, cómo si el bebé lo estuviese saludando.

—hace tanto tiempo… —la voz suave de Pilar hizo que sus ojos se movieran con rapidez a su rostro, descubriendo por supuesto que estaba despierta.

—Lo siento. —se apresuró a decir, porque lo que menos quería era incomodarla, sin embargo, la mano de Pilar se levantó y se apoyó sobre la de él.

—Hace tanto tiempo, que todos ven mi vientre como si cargara un monstruo, que no puedo evitar… sentirme bien, porque sea otra mano que no sea la mía quien lo acaricie. —la mujer que este hombre adoraba dejaba caer lágrimas de pena y tortura, y Ares no sabía cómo componer su rostro, o así sea estar seguro de que su voz no sonara amenazante.

—¿Qué fue lo que pasó Pilar? —la pregunta salió como un susurro portador de muerte y destrucción, como si en verdad este hombre fuera la reencarnación del Dios de la guerra, sin embargo, lo único que obtuvo de respuesta fue el temblor de los labios de Pilar.

—Señor Ares, disculpen, el médico está aquí. —Leticia ingresó lo justo y necesario para darle paso al médico y aun así Ares no quería quitar su mano de aquel lugar, no quería reconocer que quizás se sentía bien ser el primero que tocaba ese niño, aunque aún estuviera dentro del vientre de Pilar.

—buenas noches, señor Zabet. —se presentó al médico con tono formal para luego ver a Pilar.

—Buenas noches, doctor Gibson, ella es Pilar Padilla. —consciente o inconscientemente, Ares se negaba a llamar a Pilar por su apellido de casada. —Quisiera que la revise, para ver si está bien, sufrió un pequeño accidente, sus nervios. —aclaró ante la interrogante del médico, y aunque Pilar agradeció que Ares tuviese tal consideración, a ella no le preocupaba su salud, sino la de su hijo, y para saber si estaba bien, necesitaba decir la verdad.

—Salté de un puente. —musitó, y el médico giró cual película del exorcista, con su rostro tan aterrorizado como si estuviese viendo un demonio. —No sé qué estaba pensando, creo que la vida me superó, no quise hacerlo… —aseguró mientras el llanto se comenzaba a agolpar en su garganta, y por supuesto qué Ares trato de tranquilizarla.

—Tranquila, sabemos que fue un accidente. —dijo más para el médico, que para tratar de convencer a la propia Pilar.

—Bien, no tiene de qué preocuparse, estoy para atenderla, no para juzgarla, pero me ayudaría mucho ver el panorama completo, ¿cuánto tiempo de embarazo tiene? —consultó con tranquilidad el médico, mientras tomaba la mano de la joven y tomaba el pulso de su muñeca.

—38 semanas.

—¿Su primer hijo?

—Sí.

Dijo con la voz temblorosa, con todo lo que aquello conllevaba, lo que ella veía como un milagro, lo que tanto le había costado a la vista de los demás, aquellos que susurraban que la nueva rica no había abandonado las costumbres de la gente pobre, y que se había revolcado en alguna cama, lo más probable que con algún guardia de seguridad, porque malditamente nadie tenía nada que decir de ella, que se la pasaba encerrada en la villa Loma negra.

—¿Cuándo fue su último control de embarazo?

—Hoy, no me sentía bien, pero me dijeron que eran falsas contracciones, que no tenía dilatación.

—¿Ha sufrido… emociones fuertes? —Ares casi bufa a la pregunta del médico, pero comprendía que debía realizarlas.

—Sí, a decir verdad, durante todo el embarazo, no la pasé bien.

Por alguna razón la respuesta de Pilar solo provocó que Ares apoyar a su mano de forma más posesiva sobre aquel niño, como si no solo quisiera proteger a Pilar ahora, sino también a esa indefensa criatura que hasta hace unos segundos el detestaba.

—Comprendo, cuando… pasó el episodio, ¿su vientre golpeó contra algún objeto?

En ese segundo el corazón de Ares se aceleró, ni siquiera recordaba como había elevado el cuerpo de Pilar, su mano comenzó a sudar, y si no hubiese sido porque estaba apoyado al completo en el gran vientre, estaba seguro de que temblaría, ¿había provocado que su vientre se golpeara contra la cornisa al subirla?, no lo sabía porque malditamente no podía recordar nada.

—No, ni cuando salté, ni cuando Ares me salvo…

Aseguró con los ojos empañados en lágrimas, y en ese segundo, en esa milésima de segundo en la que sus ojos chocaron contra la mirada de Ares, este hombre realmente se creyó un Dios, porque los ojos de Pilar desbordaban gratitud, y adoración.

—Gracias.

Musitó, aunque no era necesario, y Ares sin ser consciente simplemente tomó su mano entre las de él, y dejó un pequeño beso, algo que para el médico reflejaba intimidad entre ambos, salvo que Ares estaba demasiado impactado por todas esas emociones que Pilar le provocaba, y Pilar estaba demasiado avergonzada como para así sea darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor realmente.

Y así, luego de unos minutos en los cuales el médico se dedicó a revisar al completo a Pilar, finalmente determinó que todo estaba bien, pero que, por obvias razones, la joven debía tratar de tranquilizarse, pero también alimentarse.

—No lo estoy comprendiendo doctor. — Dijo Ares una vez que ambos estaban fuera del dormitorio.

—Se nota que no está un peso acorde a lo que ella necesita, y mucho menos estando embarazada, no sé en qué estás metido Ares, pero no es normal que una embarazada quiera terminar con su vida, y creo que no me necesitas a mí para que te lo diga.

—Solo necesito que me asegures de que ella estará bien, al igual que el bebé.

—Por ahora lo puedo asegurar, aunque me ayudaría bastante tener su historia clínica.

—Bien, trataré de conseguírtela, ahora déjale a Leticia todo lo que ella necesite, no sé, su dieta, vitamina, lo que sea.

—Bien, cualquier cosa no dudes en llamarme, y cuando digo cualquier cosa, me refiero al mínimo dolor que sienta, está a dos semanas de dar a luz Ares, y no creo que tu mansión esté preparada para recibir un bebé.

El médico lo entendió de inmediato, en el preciso instante que vio los labios de Ares tocar la mano de Pilar, ese hombre estaba enamorado, ese hombre no dejaría ir a esa mujer, entonces solo le quedaba ayudarlo.

Ares tomó tres bocanadas de aire, antes de ingresar nuevamente a la recámara, le gustaría haber disfrutado de la hermosa imagen de Pilar abrazando su propio vientre, pero no pudo hacerlo, no cuando el rostro de la mujer que él sentía que amaba, demostraba la tortura que había pasado.

—Pilar. —la llamó mientras se sentaba a su lado y la castaña simplemente lo vio. —No quiero presionarte…

Comenzó a decir, porque claro que no quería presionarla, pero Pilar ya había alcanzado su límite, había intentado hacer una locura, el tratar de señor a Ares, o tratar de ocultar sus problemas, ya no tenían importancia, porque para todo el mundo, ella no dejaría de ser la nueva rica, que nunca aprendió a comportarse como una señora, cargaría esa etiqueta y lo más divertido, era que ella ni siquiera rica era, porque lo había perdido todo.

—Me divorcié, hoy firmé los papeles del divorcio.

Informó en medio de un sollozo, y Ares se sintió el peor hombre del mundo, porque veía que Pilar se desmoronaba una vez más, y sin embargo él… él se sentía como un ave Fénix que renacía de las cenizas, tanto así que de pronto tenía ganas de gritarle, ¡Hace tanto tiempo amor… que te estaba esperando!

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