El viento cortaba mi rostro con la frialdad de un juicio. Dejé atrás el bastión al amanecer, sin avisar a nadie, ni siquiera a Ronan. Algunas batallas no pueden ser compartidas. Algunas verdades sólo pueden ser buscadas en soledad.
Cabalgaba hacia el este, donde el mapa se volvía borroso y los nombres se desvanecían como susurros olvidados. Un lugar que pocos se atrevían a mencionar, menos aún a visitar: el Templo Lunar de Sel'Vareth. Un santuario antiguo, consagrado a una magia más vieja que el lenguaje mismo, y según las leyendas, a las memorias de los que, como yo, habían sido tocados por la oscuridad.
No llevaba mucho equipaje. Un manto, mi daga, el colgante de mi madre. Lo demás pesaba en mi interior. El sello. Las visiones. La energía que vi