Bajo los refretores.
Estaba en la cama, harta. Harta de los comentarios, de los titulares sensacionalistas, de los rumores que nos colocaban en cada rincón emocional posible: de enemigos a amantes, de compañeros a almas gemelas, de por siempre a hasta nunca. Sí, lo aceptaba, lo nuestro parecía una cita romántica escrita por algún guionista con tiempo libre. Pero por el amor de Jesucristo… no tenían derecho a opinar tanto, ni a inventar tanto.
Los últimos dos días no había visto a Ethan. Solo habíamos intercambiado algunos mensajes, breves, ambiguos. Nada de campañas, ni reuniones. Nada que me distrajera de la peor parte de mi mente: mis pensamientos. ¿Y si se había cansado de mí? ¿Y si todo lo que habíamos construido no era más que un paréntesis temporal en medio del caos?
Estaba por entrar a la ducha cuando el teléfono sonó. Era Katherine. Contesté, aún con la voz baja, pero lo que escuché fue como un golpe directo al estómago.
—Tienen que estar tú y Ethan en media hora. Es urgente —