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Capítulo 30: Un convenio forzado.

Amelia cerró los ojos, el peso de las palabras de Enzo y la furia de Noah aplastándola. Cada célula de su cuerpo gritaba por descanso, por un respiro de la presión que la asfixiaba.

Cuando sintió el leve hundimiento del sofá a su lado, supo que Noah se había sentado, pero no abrió los ojos.

No quería ver su rostro, no quería enfrentarse a más reproches, a más argumentos sobre contratos y propiedad. Solo anhelaba un momento de paz.

Noah, por su parte, se encontró en un terreno completamente desconocido. La debilidad de Amelia lo desarmaba de una forma inesperada.

Nunca antes alguien le había hablado con tal desesperación, con tal honestidad. La imagen de ella desplomada, agotada, había perforado su habitual coraza de control.

Se sentó allí, en silencio, observándola, el silencio de la sala de juntas solo roto por la respiración agitada de ella. La furia que lo había traído hasta allí se diluía, reemplazada por una extraña incertidumbre.

Después de lo que parecieron siglos, Amelia abrió
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