Capítulo 12. Perdida en la lejanía.
El aire del parque era fresco, pero la tensión entre Amelia y Noah era asfixiante. Sentada en la banqueta, Amelia sentía las lágrimas resbalar por sus mejillas.
No era solo el reciente sobresalto por el intento de abuso; era el torbellino de su vida: su tía, los peligros, la angustia del futuro. Todo la abrumaba.
Noah la observaba a unos metros. Cada paso que amagaba a dar hacia ella se detenía, consumido por la incertidumbre, deseando cruzar el puente invisible que los separaba. Dentro de él, algo se revolvía.
Amelia era diferente. Despertaba sensaciones que no sabía controlar, emociones que creía olvidadas. Rompiendo el silencio que se había extendido demasiado, se acercó.
—Tranquila, Amelia —dijo Noah, su voz suave pero firme, inusualmente preocupada—. Nadie volverá a lastimarte. Yo te protegeré. El que te atacó pagará muy caro lo que hizo.
Amelia levantó la mirada, los ojos aún húmedos, cargados de una furia contenida.
—No quiero que hagas nada, Noah. No quiero que te metas en pro