Capítulo 11. Celos.

—¡¿Se puede saber qué demonios haces trabajando aquí, Amelia?! —bramó Noah, cuya furia era palpable en el tono de su voz.

Amelia sintió un escalofrío recorrer su espalda; conocía muy bien el temperamento irascible de Noah, sus repentinos estallidos que podían ser tan intensos como una tormenta.

Sin embargo, a pesar del temor que le invadió, una chispa de rebeldía se encendió en su interior. Lo miró a los ojos desafiándolo:

—Soy dueña de mi vida, señor, y tengo la libertad de hacer lo que me plazca. Y ya que no quiere que trabaje en su casa, pues he buscado otro empleo. ¿Cuál es el problema?

—¡¿Cuál es el problema?! —repitió Noah con incredulidad, oscureciendo aún más su mirada—. Tenemos un trato, Amelia, un trato que al parecer te cuesta recordar. Hazme el favor de recoger tus cosas y ven conmigo ahora mismo.

—No lo haré —replicó Amelia con firmeza, su voz temblaba ligeramente, pero su postura se mantenía erguida—. ¿Cómo diablos me ha encontrado? ¿Me ha estado siguiendo?

—Eso es lo de
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