UNA LLAMADA INESPERADA

—Jamás, jamás, vas a creer lo que pasó —le dice Giorgia a Emily, al día siguiente, cuando le hace la primera videollamada del día, mientras realiza su rutina de arreglo para ir a la oficina.

Todas las mañanas hablan a través de videollamada mientras se arreglan para ir a trabajar. Es una costumbre que han tomado desde la adolescencia y que las hace sentir cerca cuando las obligaciones no les permiten poder verse para hablar sobre las cosas que suceden en sus día a día.

—¿Qué pasó? —pregunta Emily, quien hasta ha detenido la aplicación de su maquillaje para poder ver a su amiga a través de la pantalla, con la curiosidad floreciendo en su rostro.

—¿Te acuerdas del amigo idiota de tu novio? Ese que me iban a presentar el día de la dichosa cita a ciegas.

—¿Julian? Claro que me acuerdo. Aunque te digo, desde ese día no lo he vuelto a ver. Tampoco he hablado de él con Max, porque es... Bueno, medio raro. No le interesa hacer amistad con las novias de sus amigos.

Giorgia suelta un bufido irónico.

—Pues, ¿recuerdas que te conté que mi padre había tenido la grandiosa idea de entablar una sociedad con otra persona?

—Sí. Lo recuerdo. No me digas que es con él.

—No. Pero sí con su padre.

—¡Oh, m****a! —exclama Emily, sorprendida—. ¿Es en serio?

—Pero eso no es lo peor.

—¿Entonces?

—Así como yo, él es el Director al mando de la empresa de su padre y aunque la sociedad es entre nuestros padres, es, a nosotros dos a quienes les toca trabajar juntos —le explica Giorgia.

Emily levanta las cejas y se queda boquiabierta.

—¿Qué? ¿Es en serio, Gio? —murmura Emily, incrédula—. ¿De verdad tendrás que trabajar con él?

—¡Sí! Y lo peor peor, es que en dos semanas tendremos que viajar juntos a Las Vegas para encargarnos de un proyecto.

—¿Me estás tomando el pelo, verdad? —Emily sigue sin poder creerlo.

—Estoy hablando muy en serio, Em.

Giorgia le cuenta todo mientras continúa alistándose. Emily escucha, intentando contenerse. Giorgia escucha cómo jadea, cómo exclama, puede ver cómo se cubre la boca y también cómo tiene que contenerse para no interrumpirla constantemente. De vez en cuando suelta un «¡No me lo puedo creer!», o un «¡Oh, Dios mío!», pero la deja terminar. Y con cada palabra que le dice, Giorgia se siente más ligera, como si se quitara un peso de encima.

—¿Qué opinas? ¿Qué debo hacer? —le pregunta Giorgia, esperando su más sincera opinión—. Esto es importante para mi padre, pero no sé si pueda trabajar con él, hombro con hombro.

—Giorgia, tú eres profesional y sé muy bien que te vas a tomar esta sociedad y este trabajo tal y como te has tomado todos los que has tenido a tu cargo desde que tomaste las riendas de la empresa de tu padre. Un idiota como ese no va a poder contra ti —manifiesta Emily—. Eres fuerte, decidida, muy profesional y le demostrarás a ese idiota que solo te interesa hacer el trabajo, no sobarle el culo como todas las mujeres que él debe de estar acostumbrado a tratar.

Giorgia arruga la nariz.

—¿Tú crees?

—Claro, Giorgia. Eres la mejor en lo que hace. Demuéstraselo a ese idiota y déjale ver que por ser un reverendo tarado dejó de conocer a una gran mujer que tiene mucho que ofrecer, nada más por ser un petulante de m****a que ve a las mujeres solo como un cuerpo bonito al que follar.

Giorgia se ríe, aunque sacude la cabeza.

—No tengo ningún interés en demostrarle nada, pero si en algo tienes razón es en que yo soy una mujer profesional y me voy a tomar esto como lo que es. Él es solo un hombre con el que voy a trabajar. No le voy a dar la importancia que quiere que le den, haciéndole pensar que me da miedo trabajar con él.

—¡Eso! ¡Así se habla! —la anima Emily.

Giorgia sonríe y va a decir algo, pero en eso, otra llamada entra a su teléfono, proveniente un número desconocido.

Creyendo que se trata de algún cliente, se despide de Emily y responde la llamada con rapidez.

—¿Hola? —dice.

—Hola. —Una voz masculina habla del otro lado de la línea. No la reconoce, pero le es familiar—. ¿Con Giorgia Hill?

—Ella habla.

—Hola, Giorgia. Te habla Julian... Julian Lerner.

Giorgia siente que la respiración se le entrecorta y que el corazón se le acelera.

Es como si hubiera estado repitiendo demasiado el nombre del diablo y este se le hubiera aparecido.

Respira e intenta calmarse.

—Ah, sí. Hola, Julian. Dime, ¿en qué puedo ayudarte? —Hace todo su esfuerzo para que su voz se escuche serena y no se note la impresión que su llamada le ha causado.

—Te parecerá rara mi llamada, pero si lo he hecho, es porque creo que es necesario que tengamos una reunión antes de que viajemos a Las Vegas, ¿no te parece?

El ceño de Giorgia se arruga y se muerde el labio inferior.

—Sí, supongo —vacila.

—Bien. ¿Te parece que nos reunamos esta tarde, como a las tres?

Giorgia se rasca la nuca, con duda, pero, aunque él no pueda verla, asiente meneando la cabeza.

—De acuerdo. Me parece bien.

—Okey. Entonces, te espero aquí en mi oficina —dice él.

—¿Disculpa? —murmura Giorgia, contrariada.

—Lo que escuchaste. Te espero en mi oficina a las tres.

Ella suelta una risa cargada de ironía.

—¡Por supuesto que no! —rebate con determinación—. Eres tú quien quiere esta reunión, así que si tanto te interesa, ven tú a mi oficina. O, si no, nos vemos en dos semanas en Las Vegas. Adiós.

Sin más, Giorgia corta la llamada y hace una mueca de indignación y rabia contra el mismo, como si fuera a Julian a quien tuviera enfrente.

—¿Quién se cree este imbécil, creyendo que soy yo quien tiene que hacer lo que él dice y someterse a sus caprichos? Está pero muy loco si piensa que yo voy a hacer lo que quiere y rendirle pleitesía —refunfuña para ella misma y luego cierra los ojos y resopla, intentando sacarse el mal sabor de boca que esa llamada le ha dejado.

«¿Será que asiste o espera hasta que se vean en Las Vegas?», piensa, viéndose al espejo, antes de seguir con su maquillaje.

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