TRATO CERRADO

Cuando Giorgia ve entrar al restaurante a Julian y dirigirse a su mesa, lo mira frenéticamente, buscando alguna discrepancia en sus rasgos. Algo, cualquier cosa, que le diga que no es el mismo imbécil de la cita a ciegas. Pero la forma en que los ojos de Julian se estrechan sobre ella, cuando la saluda, le dice que no la encontrará.

Un par de fríos ojos azules la observan fijamente. Ojos que se grabaron en su cerebro hace tan solo un mes.

«No puede ser él. No puede».

La intensidad de su mirada la inunda de recuerdos: las cosas que dijo; su voz arrogante y cruel murmurando palabras hirientes; la mueca de repugnancia en su rostro; su mirada altiva y cargada de una total repugnancia dirigida hacia ella.

Ahora lo vuelve a ver en el último lugar que esperaba y la rabia la envuelve.

—Giorgia, ¿ya conocías a mi hijo, Julian Lerner? —pregunta Joseph, obligando a Giorgia a reaccionar rápidamente.

—No. No lo conocía —responde con prisa, por encima del siseo de Julian, que parece iba a confesar que sí se conocían ya.

Giorgia extiende su mano y de mala gana estrecha la de Julian, pero sin decir ni una palabra más. No está dispuesta a mentir diciendo que «Es un gusto conocerle», cuando la cosa es todo lo contrario.

Cuando su padre le informó que se iba a asociar con otra persona, la idea de por sí ya le parecía muy mala, pero esto... Esto lo hace mucho peor, porque ella no quiere trabajar junto a un idiota tan arrogante que prevé se convertirá en un dolor de culo. Giorgia está acostumbrada a tomar decisiones; a hacer lo que ella piensa es lo mejor para la compañía de su padre y él siempre la ha dejado, porque confía en su capacidad. Eso hasta que apareció con esta "Grandiosa idea" de asociarse con su rival para expandir el mercado y cuando ella quiso persuadirle de desistir, él se negó rotundamente, alegando que su decisión ya estaba tomada y que era lo mejor para la compañía.

¿Qué se le ha metido en la cabeza para hacer algo así? Giorgia no tiene idea. Lo único que ella sabe es que esa sociedad es importante para él y ella debe ser lo más profesional posible, aunque eso suponga un enorme sacrificio.

Mientras toma asiento de regreso en su silla, sin querer lanza una efímera mirada sobre Julian. Exuda la confianza que se espera de un hombre al mando de miles de personas y numerosos proyectos inmobiliarios en todo el mundo. Por lo que ella sabe, su compañía está al mismo nivel que la de su padre.

«¿Por qué diablos no investigué un poco más?», piensa, mientras recuerda que cuando investigó solo buscó información sobre el dueño de la compañía, no de su Director General. ¿Cómo rayos iba a saber que se trataba de él, si ese día de la cita no llegaron a cruzar palabra y como no le interesaba, no volvió a hacerle más preguntas sobre él a Emily».

«Es el mejor amigo de Max y él dice que es un buen tipo», fue todo lo que Emily dijo sobre él ese día.

Resopla.

Los ojos de Julian brillan en su dirección, un azul intenso que se clava en ella y hace que una descarga de adrenalina recorra sus venas. Giorgia aparta la mirada y se centra en la conversación que su padre y el señor Lerner mantienen, manifestando la fé que le tienen a dicha sociedad, pero, especialmente, al buen equipo que Julian y ella van a formar.

Mientras su padre enumera las calificaciones de su empresa y las principales características de la sociedad, los ojos de Giorgia luchan por deslizarse hacia la derecha. El lado de su rostro se calienta, como si pudiera sentir la mirada de Julian sobre ella, lo cual le parece ridículo. Está segura de que él está fascinado por el pulido discurso de su padre.

Al cabo de unos minutos, pierde la concentración y sus ojos se vuelven a dirigir hacia él. Una chispa le recorre cuando sus miradas vuelven a encontrarse. Esta vez tiene un brazo cruzado sobre el pecho y el codo del otro apoyado sobre él mientras se frota lentamente el labio inferior con el pulgar. Tiene las cejas entrecerradas y le preocupa que esté demasiado ocupado mirándole como para asimilar los detalles del discurso de su padre.

En tanto lo mira, admite que el tipo tiene lo suyo y que de cierta forma entiende por qué es tan arrogante y se cree la octava maravilla del mundo.

Sabiendo lo mucho que le importa a su padre la sociedad, y sabiendo también que no puede seguir mirando fijamente a Julian, centra su atención en el señor Lerner, que ahora tiene la palabra.

—Empezaremos dándole marcha a esta sociedad dentro de dos semanas con el proyecto inmobiliario que llevaremos a cabo en Las Vegas. —Tanto Giorgia como Julian asienten, de acuerdo con las palabras que Joseph dice—. Para ello, ambos deberán trasladarse allá, para que tomen el proyecto en sus manos y unan sus capacidades para que sea todo un éxito.

—¿Qué? ¿Es en serio? —Giorgia se remueve inquieta en su asiento, sin poder dar crédito a lo que está escuchando.

—¿Es realmente necesario que ambos viajemos? —pregunta Julian, a quien tampoco le agregada la idea.

—¿Cuál es el problema, Julian? —masculla Joseph, molesto por la actitud que su hijo está tomando.

Por su parte, Barron le lanza una mirada represiva a su hija. No es posible que ni siquiera hayan comenzado aún y ya estén poniendo peros.

—No. Ninguno, padre —responde Julian, serio—. Es solo que con la cantidad de trabajo que hay aquí.

—Yo me haré cargo de eso, así que no te preocupes —espeta su padre—. Lo que ahora urge es el proyecto de Las Vegas y, tanto yo como Barron, necesitamos que ambos hagan su mejor esfuerzo, busquen la forma de ponerse de acuerdo en sus ideas y poder trabajar con éxito, para que este proyecto se cierre con éxito. ¿Están de acuerdo?

Joseph mira tanto a su hijo como a Giorgia, en espera de una respuesta. Sabiendo que no hay nada que puedan hacer para que las cosas sean de otra forma, una que les convenga a ambos y en la cual no deban compartir ni tiempo ni espacio, los dos jóvenes se miran, tragan y asienten con un cabeceo.

—Así será —responden al unísono.

Joseph y Barron sonríen, satisfechos, y agarran sus copas para brindar y dar por cerrado el trato.

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