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QUE INICIE LA ARMONIOSA SOCIEDAD

—¡Pero... ¿qué carajos le pasa a esa gorda?! —exclama Julian, indignado, haciendo rechinar sus dientes por la rabia.

Ninguna mujer lo deja con la palabra en la boca. Ninguna mujer lo contradice. Y, mucho menos, ninguna mujer le corta la llamada.

Se siente tan tentado de volver a llamarla para decirle unas cuantas cosas que la pongan en su lugar, pero respira profundamente y se contiene.

—Ya me las pagará —dice por lo bajo, hablando para sí mismo y recordando que con esta, ya son dos veces que ella va haciendo lo mismo.

Después de guardar el teléfono en el bolsillo de su chaqueta azul marino, sale de su apartamento para ir al trabajo, asegurando que Giorgia Hill está loca si piensa que él va a ir hasta su oficina a buscarla para hablar. Ni por una de las modelos de Victoria Secret's ha hecho eso para follar, mucho menos lo va a hacer por ella, que no es más que una gorda a quien no está dispuesto a hacerle el favor.

[...]

Durante las primeras horas en su oficina, Julian hace lo que debía haber hecho hace algunos días, cuando su padre le notificó lo de la bendita sociedad: busca toda la información posible acerca de Giorgia Hill.

No entiende por qué está buscando dicha información con tanto esmero y esfuerzo, y de vez en cuando se encuentra dándose regaños a sí mismo por darle importancia, pero luego vuelve a buscar con insistencia, esperando buscar un... No sabe qué exactamente, solamente sabe que quiere encontrar algo interesante.

El problema es que por más que busca, no encuentra mucho. Está en redes, pero todas son privadas, y las pocas fotos que encuentra en internet son de varios actos benéficos y uno que otro evento relacionado con los proyectos de la empresa de su padre. Julian admite que a pesar de ser gorda, Giorgia es impecable y elegante, tiene buen gusto para vestir y su rostro es bastante agraciado, además de tener unos ojos preciosos de un azul profundo y resplandeciente, y su sonrisa, ni que decir, es simplemente perfecta.

Julian se golpea la frente con la palma de la mano, para reprenderse por estar viendo las cualidades de Giorgia, como si eso tuviera algún tipo de relevancia para la bendita sociedad.

«¿A mí qué putas me importa eso?», refunfuña en su cabeza y, molesto consigo mismo, apaga la computadora y se levanta de su silla para ir a buscar algo mejor que hacer.

Durante lo que resta del día, se la pasa repitiendo en su cabeza que no irá a las oficinas principales de Hill Group. «¡Qué se joda, Giorgia Hill!», «¡Qué se joda la puta sociedad!».

[...]

—Giorgia, tenemos un problema en el Hotel de la sexta avenida. —La voz de Amy, la gerenta del hotel, crepita por la línea, con urgencia en su voz—. Una tubería se reventó en medio de la noche. Tenemos habitaciones inundadas y los huéspedes están furiosos.

Giorgia gime y maldice en su mente.

—¿Cuántas habitaciones están afectadas?

—Cuatro, pero el agua se está filtrando al pasillo. El equipo de mantenimiento ya está en el lugar, pero las quejas no paran de llegar.

Giorgia se lleva una mano a la frente, masajea sus sienes con frustración y echa un vistazo a su desordenado escritorio; pilas de papeleo e interminables listas de tareas le devuelven la mirada.

—¿Puedes encargarte de los huéspedes enojados? Enviaré un correo electrónico a recepción para que ofrezcan una compensación.

—Entendido. Te mantendré informada.

Giorgia cuelga el teléfono, el peso del ajetreado día de trabajo que está teniendo tira de sus hombros. Solo otro día de control de daños. Está acostumbrada a ello, pero este día parece que su mundo se ha puesto patas arriba, porque no ha dejado de estar constantemente apagando incendios.

Apenas empieza a escribir el correo para la recepción del hotel de la sexta avenida y antes de que pueda siquiera tomar aliento, su teléfono vuelve a sonar.

—Oh, no. ¿Y ahora qué? —murmura para ella misma, temiendo que llamen para anunciarle que otro problema se ha presentado.

Se apresura a responder.

—Hola, ¿sí?

—Señorita Hill, el señor Julian Lerner está aquí y dice que tiene una reunión con usted —anuncia Victoria, su asistente, y el corazón le da un vuelco.

«¿De verdad ha venido?», se pregunta, pues juraba que el señorito don orgullo no se iba a aparecer por allí.

Giorgia traga y se remueve inquieta sobre su silla.

—Hazlo pasar, Victoria —responde.

—Ahora mismo, señorita Hill.

Giorgia se toma unos segundos para ordenar un poco el desorden de su escritorio y también para peinarse el cabello con los dedos y alisar la chaqueta beige de su traje.

Inspira y a través de la pared de cristal esmerilado observa a su terrible tormento caminar hacia la puerta. Su semblante airado y su andar brusco le pone los pelos de punta, pero, sea cuál sea su problema, Giorgia no tiene de qué avergonzarse, ni que temer. Se niega a que él la intimide y si viene a buscar pelea por lo de la llamada, pelea es lo que tendrá entonces.

«Que inicie esta armoniosa sociedad», se dice para sus adentros, mientras levanta la barbilla y endereza su columna para prepararse a la inminente lucha que se le viene encima.

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