Cuando Julian se echa hacia atrás, le pasa la lengua por última vez y se pone de pie. Se lleva a la boca todos los dedos que tenía dentro de ella y los lame, luego se frota la mano por los labios y la barbilla. No se la está quitando de encima, se la está metiendo dentro. Cuando se inclina hacia adelante, su boca se cierne sobre la de ella; los ojos de Giorgia se cierran, probablemente pensando que va a besarla, pero no lo hace.
Porque no se trata de eso.
Al menos, eso es lo que se dice a sí mismo.
En lugar de eso, desliza su lengua por sus labios y gime cuando la de ella se lanza a seguir el rastro de la suya.
―Ahora, cuando vayas a hablar con ese pendejo, tendrás nuestro sabor en los labios ―gruñe Julian posesivamente.
Se endereza y se aleja de ella. Giorgia es un espectáculo glorioso. Las mejillas sonrojadas, los ojos ligeramente vidriosos, el vestido aún sujeto a la cintura. Quiere inclinarla sobre la mesa de juntas y follársela, pero cierra los ojos y respira hondo para