La tarde del sábado, la casa de Barron Hill está más animada de lo habitual. Giorgia supervisa cada detalle con la misma precisión que en los proyectos de la empresa. Sabe que esa noche no solo es una cena familiar: es una prueba que puede definir el rumbo de su relación con Julian.
En la cocina, la cocinera termina de colocar especias sobre la carne que reposa en el horno. Giorgia se inclina para revisar el menú.
—¿Está todo en orden, Clara? —pregunta con esa mezcla de dulzura y exigencia que la caracteriza.
—Sí, señorita. La entrada está lista y el postre ya está refrigerado. Solo falta sacar los vinos en cuanto lleguen los invitados.
—Perfecto. —Giorgia sonríe satisfecha—. Gracias, Clara, sabía que podía confiar en ti.
De allí pasa al comedor. La joven de la servidumbre está ajustando las copas de cristal en la mesa larga de caoba. Los cubiertos brillan bajo la luz de la lámpara central.
—¿Las servilletas? —pregunta Giorgia.
—Dobladas en forma de abanico, como me indicó —responde l