Era una tarde apacible en Roma, Gabriele y Luka se habían sentado en el pequeño balcón del apartamento que compartían desde hacía uno tiempo, disfrutaban de la brisa fresca mientras la ciudad oscilaba en quietud, ajena a lo que estaba ocurriendo entre ellos.
Habían pasado seis meses desde que comenzaron a salir, desde que Gabriele finalmente decidió dejó atrás los fantasmas de Luciano y se permitió amar de nuevo. Pero, aunque su relación con Luka había avanzado en muchos aspectos, había algo que Gabriele no podía dejar ir. No había dado el paso definitivo. Algo dentro de él seguía resistiéndose, y no podía entender por qué.
Luka, siempre tan atento y cariñoso, nunca lo presionó. Pero hoy, mientras se encontraban abrazados en el sofá del apartamento, algo en el ambiente había cambiado. Luka lo miraba de una manera diferente, sus ojos reflejaban algo que Gabriele no podía ignorar. El roce de su mano sobre la piel de Gabriele no era casual, ya no. Era más urgente, más insistente, era como