Luciano llegó a su apartamento después de la medianoche, agotado. Dentro, Gabriele dormía en el sofá, cubierto con una manta ligera y con un libro medio abierto sobre su pecho. Luciano se acercó con cuidado para no despertarlo, se arrodilló a su lado y le pasó suavemente la mano por la cara. Luego, inclinándose, le dio un beso muy suave en los labios. Gabriele se despertó de golpe, sorprendido y asustado.
—Soy yo, amor. —Susurró Luciano, rodeándolo con sus brazos. Gabriele lo reconoció de inmediato y relajó el cuerpo, apoyando la cabeza en su hombro.
—¿Qué tal te fue con tu papá? —Preguntó con la voz todavía algo dormida, mientras sus manos buscaban las de Luciano.
—Como esperábamos. —Respondió— Me gritó, me golpeó… Dijo que soy una vergüenza y que jamás va a aceptar que soy gay.
Gabriele bajó la mirada, con tristeza en los ojos.
—Luciano...
—No importa, cariño —lo detuvo—. Tarde o temprano tendrá que aceptar que me gustan los hombres y que quiero pasar el resto de mi vida junto a t