Gabriele apenas podía respirar mientras bajaba del coche, tambaleándose un poco. Adriano intentó ayudarlo, pero él se apartó con un gesto brusco. No quería más contacto, ni cometer más errores. Se quedó unos segundos en la acera, mirando el Aston Martin como si con solo desearlo pudiera borrarlo, como si eso pudiera eliminar también toda la culpa que sentía. Pero no había forma. La puerta del auto se abrió antes de que pudiera reaccionar, y allí estaba Luciano, con la luz del interior del coche resaltándolo, con el ceño fruncido y los ojos llenos de preocupación y rabia.
—¿Dónde demonios estabas? —dijo Luciano, con una voz helada.
Gabriele abrió la boca para responder, pero no encontró palabras. El olor a alcohol impregnaba su ropa, su piel y su aliento. Adriano, aún de pie junto al coche, observaba la escena incómoda.
Luciano se detuvo frente a Gabriele, mirándolo de arriba abajo. Vio sus ojos enrojecidos, el temblor en sus manos, la mancha imborrable de la culpa reflejada en cada ges