El cielo, teñido de un gris perlado, parecía presagiar la lluvia sobre el norte de Italia, el rugido constante del motor llenaba la cabina, mientras el avión se elevaba atravesando capas de nubes deshilachadas. A través de la pequeña ventana ovalada, Gabriele veía cómo la ciudad debajo se encogía hasta volverse apenas un entramado de contornos diminutos.Se removió ligeramente en su asiento, intranquilo, tamborileando con los dedos sobre su propio muslo. Luka, a su lado, notó el movimiento y sigilosamente, deslizó su mano sobre la de él, entrelazando sus dedos en un agarre afectuoso.Luka seguía hojeando distraídamente una revista, sus ojos regresaban a Gabriele una y otra vez, como si buscara leer en su rostro algo que no terminaba de entender. Cada tanto, sus rodillas se tocaban furtivamente, un roce ligero, casi accidental, pero cargado de una electricidad que parecía vibrar entre ellos, una conexión que se manifestaba en esos pequeños gestos compartidos.—¿Estás preocupado? —pregun
La noche había caído con frescura sobre el jardín de la casa de los padres de Gabriele, envuelta en la brisa y ligeramente perfumada por las flores nocturnas que comenzaban a abrirse. La luz de las lámparas de hierro forjado, suspendidas entre los árboles, se reflejaba en los cristales de las copas de los diferentes licores que se servían, creando destellos dorados que danzaban al ritmo de un viento placido.La música flotaba en el sitio, como una corriente transparente que arrastraba a todos los invitados a un lugar suspendido en el tiempo. Un cuarteto de cuerdas se encontraba en un rincón, su música exquisita y conmovedora llenando el espacio con notas sublimes que se fundía con las voces flotantes. El violín era el protagonista, dibujando notas altas que parecían rozar las estrellas, mientras el chelo y la viola ofrecían un contraste suave pero potente, envolviendo a los presentes en una armonía silente que solo una velada como esa podría ofrecer.El jardín, cuidadosamente diseñado
La noche seguía cayendo como una capa pesada sobre Gabriele. Cada paso que daba se sentía como si llevara una cruz demasiado grande, como si la quietud del jardín no pudiera apaciguar la confusión emocional que ardía dentro de él. Luka lo había acompañado hasta una banca cerca de la piscina, donde se sentaron juntos. La angustia de lo que acababa de suceder se mantenía ahí, un dolor insoportable lo estaba destruyendo internamente. Gabriele no podía escapar de Luciano, había sido breve, esa aparición en la fiesta, pero lo suficiente para revivir algo en su interior que pensaba que había dejado atrás.Luka observaba en silencio cómo Gabriele se desmoronaba de una manera casi ridícula solo con la presencia de Luciano. Era como si, al ver de nuevo a ese hombre, una parte de su fortaleza se desvaneciera, dejándolo vulnerable una vez más. Gabriele intentaba aferrarse a Luka, al amor que ahora le ofrecía, pero no podía evitar sentirse como si estuviera, de nuevo, a merced de Luciano. Era com
La noche había envejecido sin que Gabriele se diera cuenta. Seguía sentado en la misma banca junto a la piscina, inerte, como una estatua abandonada bajo el cielo oscuro. Sus ojos vacíos fijos en el agua que ya no reflejaba astros brillantes, sino pedazos de sí mismo.La puerta principal se abrió con un crujido, su madre fue la primera en verlo: descompuesto, perdido y con el alma hecha jirones. Un grito ahogado escapó de sus labios, y en segundos su padre también salió, su expresión endureciéndose al ver el estado lamentable de su hijo.—¿Gabriele? ¿Qué demonios ha pasado? —preguntó, su voz grave atravesando la quietud.Gabriele no respondió. Solo bajó la cabeza, como un niño atrapado en medio de su propia ruina.La familia no tardó en rodearlo, preguntándole mil cosas que él apenas oía. Fue su madre quien se agachó frente a él, rozándole el hombro con una mano acogedora.—Estoy aquí cariño—susurró ella—, dime qué paso.Gabriele se desmoronó entre sollozos entrecortados, terminó conf
La madrugada era un fantasma de bruma y lluvia cuando Gabriele, con los ojos enrojecidos y el cuerpo tiritante, decidió que no podía quedarse. No en esa casa, no después de todo.Sin maleta, sin abrigo, sin rumbo fijo más que su propio tormento, escapó.Sus pasos erráticos lo llevaron a la ciudad dormida, hasta que la imponente silueta del edificio donde vivía Luciano surgió ante él. El vestíbulo, frío y luminoso, parecía un reino al que ya no pertenecía. Aun así, avanzó.—¿Nombre? —preguntó el recepcionista, mirándolo con desconfianza.—Gabriele... quiero ver a Luciano Vaniccelli—balbuceó.El hombre negó con la cabeza, inexpresivo.—El acceso al ascensor privado es solo con autorización. No puede pasar.—Por favor... —suplicó Gabriele, con voz vacilante. — Solo... solo llámalo.No hubo compasión del portero. La puerta automática se cerró con un pitido seco tras él, y Gabriele se quedó afuera, bajo la lluvia, empapándose hasta los huesos.Con manos debilitadas, sacó su teléfono, marcó
La tarde en Milán estaba bañada en una luz suave, perfecta para una boda de verano. Gabriele había regresado después de cuatro años en Roma, donde había dedicado su tiempo a estudiar arte, explorando y perfeccionando su pasión en la vibrante capital italiana. Caminaba entre los invitados, con una sonrisa brillante en su rostro mientras saludaba a familiares y amigos. Su hermana mayor, Amalia iba a casarse esa noche, y todo estaba preparado para un evento que sería recordado durante mucho tiempo. La decoración, las risas, el murmullo de las conversaciones, el tintineo de las copas de champán: todo parecía formar parte de una celebración perfecta.Pero en medio de todo eso, cuando Gabriele pasó cerca de un grupo de invitados, algo en su interior cambió. No fue el suave susurro de las conversaciones ni la música que llenaba el aire. Fue una mirada, una presencia que lo hizo detenerse en seco. En un rincón, entre las sombras de las columnas de mármol, los ojos de Gabriele se encontraron co
Esa noche, mientras la algarabía del baile llenaba el ambiente con risas y música, Gabriele se encontraba perdido en sus pensamientos. No podía apartar la imagen de Luciano Vannicelli de su mente: su mirada penetrante, su actitud distante y, sobre todo, la sensación de que algo en él era completamente inalcanzable.Recordaba claramente las últimas palabras de Luciano cuando, de forma abrupta, se despidió de él:"Disculpa, pero tengo que irme ya. Buenas noches."Esas palabras, tan frías, tan directas, retumbaban en su mente. Gabriele no entendía cómo un encuentro tan fugaz pudiera haberlo marcado de esa manera. ¿Qué había detrás de esa actitud reservada? ¿Por qué lo atraía tanto un hombre que claramente no deseaba ser atrapado?Con un suspiro profundo, se cruzó de brazos y miró hacia la puerta por donde Luciano había desaparecido. Sabía que lo que sentía no era solo una chispa pasajera; había algo más, algo más profundo que lo llamaba.Decidido a despejar sus pensamientos, Gabriele sacó
Gabriele se encontraba sentado en la barra del bar, una copa tras otra, con la mirada perdida en la nada. El sonido de las conversaciones que llenaban el lugar parecía apagarse a su alrededor, y el líquido en su vaso se desvanecía con cada sorbo, sin que su mente pudiera encontrar un respiro. Estaba atrapado en un mar de pensamientos oscilantes que no sabía cómo controlar. La indiferencia de Luciano se mantenía como una terrible muralla entre ellos, algo que lo fastidiaba y lo dejaba deseando cruzarla, pero sin saber cómo.Damián, sentado a su lado, observaba en silencio la batalla interna de su amigo. Ya lo conocía bien; sabía que algo lo estaba quemando por dentro.—¿Te encuentras bien, Gabi? —preguntó Damián, sin necesidad de esperar una respuesta. Sabía que algo estaba mal.Gabriele no levantó la mirada, y en su voz, teñida de frustración, se notaba claramente que algo lo consumía.—¿Crees que Luciano es... gay? — De repente preguntó con una sutil vacilación en su voz.Damián fr