Gabriele después de despedirse de Luciano, llegó a la casa de su familia, su padre lo estaba esperando en la sala, con un semblante rígido y serio. Su madre, sentada a un costado, tenía en su rostro una expresión de preocupación, parecía que intuía lo que se avecinaba.—Gabriele… —comenzó su padre, — necesito que me escuches.Gabriele sin decir nada, solo se preparó para lo inevitable.—Dime papá.—Luciano Vaniccelli no es para ti, ya basta de esta tontería.Gabriele sintió cómo su estómago se apretaba, pero por ahora tenía que permitir que lo tratara como si fuera un niño.—No te preocupes, papá. —dijo con voz temblorosa. —He decidido alejarme de él.Su padre levantó la mano, exasperado.—¡Espero que sea cierto!, Luciano es un hombre peligroso, y no voy a permitir que sigas perdiendo el tiempo con él, Gabriele.Gabriele abrió los ojos, sorprendido por la vehemencia de su padre, quiso decir algo, pero su hermana Amalia se adelantó, ella se levantó de su silla, mirando a su padre con
Gabriele llegó a Roma justo a medianoche. Tomó un taxi hasta su departamento y, al entrar, lo encontró oscuro, con las cortinas cerradas. Por un momento, se sintió como un extraño en su propio espacio. Decidió ir directo a su habitación a dormir, porque estaba agotado y solo quería descansar. Al día siguiente, Gabriele se levantó temprano con la intención de organizar unas cosas. Cuando cruzó la sala, se topó con alguien, era Luka. Quien estaba de espaldas, metiendo algo en una maleta negra.—Luka… —lo llamó Gabriele.Luka se dio vuelta de inmediato, con una expresión de sorpresa. —¡Estás aquí! Pensé que estarías en Milán.—Sí, regresé. —respondió Gabriele—. Luka, lo siento mucho. De verdad, no quería hacerte daño. —¿No querías hacerme daño? Gabriele, ¿sabes lo que fue vivir contigo mientras pensabas en él todo el tiempo? Mientras yo creía estúpidamente que quizás algún día me amarías. —Yo lo intenté —tartamudeó Gabriele.—Nunca lo intentaste, Gabriele, no mientas más. —replicó Luka
Gabriele salía de la academia cuando de repente vio a una mujer conocida apoyada contra un auto negro, con los brazos cruzados y una expresión que no podía ver bien, escondida tras unos grandes lentes oscuros. Era Azzurra Zaharie. Cuando lo vio, ella se quitó las gafas dejando al descubierto una mirada llena de odio.—Por fin apareces, dijo con tono un poco airado. —¿Qué haces aquí? —preguntó Gabriele, algo sorprendido.Azzurra caminó hacia él con elegancia.—Vine a advertirte —contestó sin rodeos—. Quiero que te alejes de Luciano. Gabriele frunció el ceño. —Nuestra relación ya terminó.Azurra soltó una risa burlona. —¿De verdad crees que me creo esa mentira? Sé que se vieron antes de que tú viajaras. No soy tonta.—No tengo idea de lo que estás diciendo —contestó Gabriele, apretando los puños.Ella no le hizo caso y se acercó un poco más, reduciendo la distancia hasta estar a pocos centímetros de su cara.—Luciano es mi prometido, Gabriele. Tú solo eres un... error momentáneo.Gab
Gabriele caminó un buen rato, queriendo despejar su mente y olvidar ese momento tan incómodo que vivió con Azzurra al salir de la academia. Las ofensas crueles aún le resonaban en la cabeza: “una perra asquerosa y un gay inmundo”. Una hora después, llegó a su apartamento, fue directo a la cocina, sacó una botella de vino tinto y se sirvió una copa. Se sentía solo, necesitaba un abrazo, alguien que le diera apoyo. Tomó su celular, dándose unos minutos para pensar a quién llamar. Pensó en su hermana Amalia, pero ella estaba en Milán y no quería preocuparla más, así que decidió no marcarle y en su lugar llamó a su amigo Damián.—¿Estás libre hoy? Te invito a cenar en mi casa.Damián respondió rápidamente: —¡Claro, perfecto! Nos vemos esta noche.Gabriele quiso cocinar, pero rápidamente se dio cuenta de que eso no era lo suyo, así que pidió comida a un restaurante famoso por su gastronomía. Arregló la mesa con cuidado, colocó los cubiertos y platos, y puso una buena botella de vino. Escu
La tarde en Milán estaba bañada en una luz suave, perfecta para una boda de verano. Gabriele había regresado después de cuatro años en Roma, donde había dedicado su tiempo a estudiar arte, explorando y perfeccionando su pasión en la vibrante capital italiana. Caminaba entre los invitados, con una sonrisa brillante en su rostro mientras saludaba a familiares y amigos. Su hermana mayor, Amalia iba a casarse esa noche, y todo estaba preparado para un evento que sería recordado durante mucho tiempo. La decoración, las risas, el murmullo de las conversaciones, el tintineo de las copas de champán: todo parecía formar parte de una celebración perfecta.Pero en medio de todo eso, cuando Gabriele pasó cerca de un grupo de invitados, algo en su interior cambió. No fue el suave susurro de las conversaciones ni la música que llenaba el ambiente. Fue una mirada, una presencia que lo hizo detenerse en seco. En un rincón, entre las sombras de las columnas de mármol, los ojos de Gabriele se encontraro
Esa noche, mientras continuaba la algarabía del baile con un ambiente lleno de risas y música, Gabriele se encontraba perdido en sus pensamientos. No podía apartar la imagen de Luciano Vannicelli de su mente: sus ojos penetrantes, su actitud distante y, sobre todo, la sensación de que algo en él era completamente inalcanzable.Recordaba claramente las últimas palabras de Luciano cuando, de forma abrupta, se despidió de él:"Disculpa, pero tengo que irme ya. Buenas noches."Esas palabras, tan frías, tan directas, retumbaban en su mente. Gabriele no entendía cómo un encuentro tan fugaz pudiera haberlo marcado de esa manera. ¿Qué había detrás de esa actitud reservada? ¿Por qué lo atraía tanto un hombre que claramente no deseaba ser atrapado?Con un suspiro profundo, se cruzó de brazos y miró hacia la puerta por donde Luciano había desaparecido. Sabía que lo que sentía no era solo una chispa pasajera; había algo más, algo más profundo que lo llamaba.Decidido a despejar sus pensamientos, G
Gabriele se encontraba sentado en la barra del bar, bebiendo una copa tras otra, con la mirada perdida en la nada. El sonido de las conversaciones que llenaban el lugar parecía apagarse a su alrededor, y el líquido en su vaso se desvanecía con cada sorbo, sin que su mente pudiera encontrar un respiro. Estaba atrapado en un mar de pensamientos que no sabía cómo controlar. La indiferencia de Luciano se mantenía como una terrible muralla entre ellos, algo que lo fastidiaba y lo dejaba deseando cruzarla, pero sin saber cómo.Damián, sentado a su lado, observaba la batalla interna de su amigo. Ya lo conocía bien; sabía que algo lo estaba quemando por dentro.—¿Te encuentras bien, Gabi? —preguntó Damián.Gabriele no levantó la mirada, y en su voz, teñida de frustración, se notaba claramente que algo lo consumía.—¿Crees que Luciano es... gay? — De repente preguntó con una sutil vacilación en su voz.Damián frunció el ceño, sorprendido por la pregunta. Sabía que su amigo estaba lidiando co
Gabriele y Damián salieron del bar, con la tensión de la noche aun colgando en el aire. Gabriele no dejaba de darle vueltas a lo ocurrido con Luciano, a la fría indiferencia que había mostrado, Cuando de repente, una voz los detuvo.—Gabriele, espera un momento. —dijo Luciano, con voz fuerte y cargada de autoridad.Gabriele y Damián se dieron vuelta, sorprendidos al ver a Luciano acercándose a ellos. Su expresión era tan impasible como siempre, pero había algo diferente en su actitud.—Gabriele, te llevaré a casa. No es seguro que te vayas asi. —Dijo, mirando a Gabriele de manera intensa.Damián levantó una ceja, desconcertado. Recordaba claramente cómo Luciano había ignorado antes a su amigo, no entendía por qué, de repente, se mostraba tan atento. Le lanzó una mirada a Gabriele, esperando su respuesta.—No quiero que me lleves —Respondió Gabriele con voz cortante, había una molestia evidente en sus palabras.Gabriele estaba claramente reticente, todavía herido por la frialdad de Lu