Luciano había pedido desayuno. Gabriele sonreía mientras cortaba en dos un croissant y se lo ofrecía.
—Estás domado —bromeó, mientras se llevaba un pedazo a la boca.
—Solo contigo —respondió Luciano, dejando un beso en su frente.
El ambiente era ideal. Hasta que el teléfono de Gabriele sonó. Él lo miró, y su rostro se tensó al ver el nombre en pantalla: Mamá.
Luciano miro hacia el celular, pero no dijo nada.
—Espera un segundo —murmuró Gabriele, contestando la llamada.
—Hola, mamá.
—¿Dónde estás? —La voz al otro lado era helada. — No me mientas, Gabriele. Sé que estás con Luciano.
Gabriele se quedó mudo.
—Dime que no es cierto. Dime que no has vuelto a cometer ese error.
—No es un error… —empezó a decir, pero ella lo interrumpió.
—Basta. No quiero excusas, tu padre está furioso y si piensas que vamos a aceptar tu relación con ese hombre, estás equivocado. Regresarás a Roma, hoy mismo.
Gabriele apretó los dientes. Quiso gritarle que él ya no tenía quince años. Pero no lo hizo.
—Está bie