Luciano llegó a la casa de los Di Lucca en la madrugada. Abrió la puerta con cuidado, tratando de no hacer ruido, aunque ya sabía que no había nadie despierto del otro lado. Subió las escaleras a paso lento, con los ojos pesados y la mente llena de pensamientos. Cuando entró en la habitación de Gabriele, lo encontró sentado en la cama, con una manta sobre las piernas y los ojos abiertos como ventanas iluminadas en la penumbra. No dijo nada al verlo despierto, pero algo en su corazón se movió apenas lo vio. Gabriele se levantó despacio y se acercó a Luciano, dejó caer la cobija al suelo y lo abrazó. Ese abrazo duró mucho, fue intenso y lleno de urgencia, como si fuera más que un simple gesto, un ancla que los mantenía unidos.
Se aferraron el uno al otro con una necesidad que parecía no tener fin, como si en ese momento nada más importara aparte de los latidos compartidos. El olor de la piel, el roce de las mejillas, el leve temblor en los dedos de Gabriele… todo parecía hablar en un id