Luciano volvió a la habitación y por un instante pensó en no molestar a Gabriele. Pero cuando entró, ya lo encontró despierto, con una mirada apagada que parecía triste y nostálgica.
—¿Qué hora es? —susurró Gabriele, en voz baja.
Sin decir nada, Luciano se recostó a su lado y, al principio, simplemente pasó su mano por su cabello con una ternura casi reverente. Gabriele cerró los ojos y se dejó envolver por el calor de su cuerpo.
—Son las once y media —dijo Luciano, finalmente.
Hubo una pequeña pausa, que duró un momento.
—Tu padre… —Luciano dudó un segundo. — Va a venir conmigo a la rueda de prensa.
Las cejas de Gabriele se fruncieron y una emoción inesperada cruzó su rostro.
—¿Crees que eso será una buena idea? —preguntó.
Luciano asintió, sin necesitar decir más.
Los ojos de Gabriele comenzaron a llenarse de lágrimas. No eran grandes ni estruendosas, solo finas lágrimas que le humedecieron las mejillas. Se cubrió el rostro con las manos, pero Luciano lo estrechó con sus brazos y