Gabriele se acercó a su maleta y comenzó a empacar; cada prenda, cada libro, cada objeto parecía pesar toneladas entre sus dedos. Su madre lo ayudaba sin hacer ruido, quería respetar su espacio, sabía que su hijo no quería viajar, pero de repente había tomado la decisión de regresar a Roma. Era extraño, sí, pero en el fondo estaba feliz, porque sabía que era lo mejor para Gabriele. Cuando la maleta estuvo cerrada, Gabriele se quedó de pie junto a la cama, sin saber si de verdad podría dar ese paso.
—¿Cariño, de verdad quieres viajar? —Preguntó su mama, apretando su mano.
Gabriele asintió débilmente, su madre lo abrazó y le dijo que estaría abajo esperándolo. Gabriele quería hablar con Luciano, escuchar su voz una vez más antes de irse. Tomó su teléfono con su mano vacilante y, sin pensarlo más, marcó el número de Luciano.
El tono de llamada retumbó en sus oídos, amplificando su miedo. Por un instante pensó que Luciano no contestaría, pero entonces, la voz que tanto amaba atravesó la