Gabriele se acercó a su maleta y comenzó a empacar; cada prenda, cada libro, cada objeto parecía pesar toneladas entre sus dedos. Su madre lo ayudaba sin hacer ruido, quería respetar su espacio, sabía que su hijo no quería viajar, pero de repente había tomado la decisión de regresar a Roma. Era extraño, sí, pero en el fondo estaba feliz, porque sabía que era lo mejor para Gabriele. Cuando la maleta estuvo cerrada, Gabriele se quedó de pie junto a la cama, sin saber si de verdad podría dar ese paso.—¿Cariño, de verdad quieres viajar? —Preguntó su mama, apretando su mano.Gabriele asintió débilmente, su madre lo abrazó y le dijo que estaría abajo esperándolo. Gabriele quería hablar con Luciano, escuchar su voz una vez más antes de irse. Tomó su teléfono con su mano vacilante y, sin pensarlo más, marcó el número de Luciano.El tono de llamada retumbó en sus oídos, amplificando su miedo. Por un instante pensó que Luciano no contestaría, pero entonces, la voz que tanto amaba atravesó la
Gabriele estaba sentado frente a su caballete, pero su mente no estaba en la pintura. Sus pinceles danzaban sin rumbo sobre el lienzo, como si sus manos continuaran trabajando por inercia, mientras sus pensamientos volvían una y otra vez a Luciano. No solo se sentía desolado, sino fragmentado, como si cada frase dicha aquella noche lo hubiera deshecho en cientos de partes.Había regresado a la academia de arte, buscando en el estudio algo que lo distrajera de lo que estaba experimentando. Había vuelto a su lugar, a su espacio de siempre, pero sentía que nada era igual. Los días pasaban, y aunque las clases avanzaban, él seguía atrapado en el recuerdo de Lucinano Vaniccelli: sus ojos, su cara, su olor. Cada trazo que hacía parecía borrar una parte de su alma, y no podía evitar preguntarse si ese hombre realmente lo había dejado atrás, como dijo.Gabriele se detuvo un momento, mirando el lienzo con ojos apagados. El cuadro estaba incompleto, al igual que él. Se levantó del taburete, dejó
Habían pasado seis meses desde que Gabriele llegó a Roma. Había tomado la decisión de seguir adelante con su vida, y aunque no era el mismo, había logrado encontrar una nueva dirección. El desconsuelo, que antes lo había consumido, había comenzado a transformarse en algo más profundo y poderoso: el arte. Cada línea, cada color sobre su lienzo, se convirtió en un paso más en su proceso de crecimiento. Aún resonaba en él el eco de lo que había perdido, pero ya no permitía que esa ausencia lo definiera. El amor y el desamor, al fin y al cabo, eran solo una parte de lo que aún le quedaba por vivir. Finalmente, el día de la exposición llegó. La academia de arte se encontraba llena de expectativas, de balbuceos agitados, de luminiscencias danzantes sobre las obras de los estudiantes. Una corriente invisible de ideas flotaba en el ambiente, y Gabriele lo sentía en cada rincón. Hoy, su obra sería vista, pero también era un día para enfrentar una parte de sí mismo que aún no había explorado c
Esa tarde, Gabriele se sentó en el café que solía frecuentar con Damián. Gabriele no podía apartar los pensamientos sobre Luka, los colores llamativos del atardecer hacía que todo a su alrededor pareciera una pintura, pero su mente estaba ocupada en otro lugar, pensando en los ojos oscuros de Luka.Damián, como siempre, había notado su cambio de actitud. Había algo diferente en Gabriele: su creciente distancia, la manera en que su mirada se perdía en el vacío, como si aún estuviera atrapado en una batalla interna que no lograba ganar. A veces, incluso Damián, que había sido su ancla durante estos seis meses, no sabía si realmente lograba llegar hasta él.Finalmente, después de una pausa larga, Gabriele suspiró y miró a Damián. Era hora de hablar. No podía seguir guardándose todo para sí mismo.—Damián… hay algo que necesito decirte.Damián lo miró con curiosidad.—¿Qué pasa, Gabi? —preguntó, mientras tomaba un sorbo de su café.Gabriele se pasó una mano por el cabello, mirando las cal
La noche estaba en su apogeo cuando Gabriele, algo reticente, aceptó la invitación de Luka para ir a una discoteca. Era un lugar que Gabriele nunca habría elegido por sí mismo, pero había algo en Luka, algo que lo empujaba a salir de su zona de confort. Los brillos coloridos de la pista de baile, destellando en tonos morados y azules, se reflejaban en los rostros de los asistentes, creando un escenario estridente y lleno de vigor.Al principio, Gabriele se sintió fuera de lugar. El reggaetón se cernía sobre él con su ritmo frenético, y los cuerpos se movían en una danza casi hipnótica. Luka, sin embargo, parecía estar en su elemento. Con una sonrisa radiante, invitó a Gabriele a unirse a él en la pista, y, aunque dudoso, Gabriele no pudo resistirse a su ímpetu.—Vamos, Gabi, solo una canción —insistió Luka, mientras tomaba su mano y lo arrastraba hacia la pista.Gabriel y Luka, se dejaron arrastrar por el ritmo denso del reggaetón. Sus cuerpos se encontraron en la pista, chocando prim
Era una tarde apacible en Roma, Gabriele y Luka se habían sentado en el pequeño balcón del apartamento que compartían desde hacía uno tiempo, disfrutaban de la brisa fresca mientras la ciudad oscilaba en quietud, ajena a lo que estaba ocurriendo entre ellos.Habían pasado seis meses desde que comenzaron a salir, desde que Gabriele finalmente decidió dejó atrás los fantasmas de Luciano y se permitió amar de nuevo. Pero, aunque su relación con Luka había avanzado en muchos aspectos, había algo que Gabriele no podía dejar ir. No había dado el paso definitivo. Algo dentro de él seguía resistiéndose, y no podía entender por qué.Luka, siempre tan atento y cariñoso, nunca lo presionó. Pero hoy, mientras se encontraban abrazados en el sofá del apartamento, algo en el ambiente había cambiado. Luka lo miraba de una manera diferente, sus ojos reflejaban algo que Gabriele no podía ignorar. El roce de su mano sobre la piel de Gabriele no era casual, ya no. Era más urgente, más insistente, era como
La mañana se deshacía en tonos azulados, cuando Gabriele se sentó junto a Luka en el mismo sofá donde, hacía apenas unos días, habían tenido aquella conversación difícil. El ambiente estaba impregnado de un olor a café recién hecho y a una fragancia ligera que Luka siempre usaba, algo entre limpio y aterciopelado, como su esencia.Gabriele jugueteaba infantilmente con la manga de su suéter, mientras Luka leía distraídamente un libro, con sus pies descalzos apoyados en la mesa baja. Finalmente, Gabriele inhaló profundo, reuniendo valor.—Luka... —comenzó, su voz era baja, casi tímida.Luka alzó la mirada de inmediato, como si algo en el tono de Gabriele lo alertara. Cerró el libro sin marcar la página y se volvió hacia él, dándole toda su atención.—¿Qué pasa, cariño?Gabriele sonrió de lado, inseguro. Se acercó un poco más, hasta rozar las rodillas de Luka con las suyas.—Mis padres... van a celebrar su aniversario de bodas la próxima semana. —Se detuvo, midiendo sus palabras. — Harán
El cielo, teñido de un gris perlado, parecía presagiar la lluvia sobre el norte de Italia, el rugido constante del motor llenaba la cabina, mientras el avión se elevaba atravesando capas de nubes deshilachadas. A través de la pequeña ventana ovalada, Gabriele veía cómo la ciudad debajo se encogía hasta volverse apenas un entramado de contornos diminutos.Se removió ligeramente en su asiento, intranquilo, tamborileando con los dedos sobre su propio muslo. Luka, a su lado, notó el movimiento y sigilosamente, deslizó su mano sobre la de él, entrelazando sus dedos en un agarre afectuoso.Luka seguía hojeando distraídamente una revista, sus ojos regresaban a Gabriele una y otra vez, como si buscara leer en su rostro algo que no terminaba de entender. Cada tanto, sus rodillas se tocaban furtivamente, un roce ligero, casi accidental, pero cargado de una electricidad que parecía vibrar entre ellos, una conexión que se manifestaba en esos pequeños gestos compartidos.—¿Estás preocupado? —pregun