A la semana siguiente, Gabriele llegó a la casa de Amalia emocionado, le encantaban las fiestas de cumpleaños, y hoy se celebraba una, la de su cuñado. Había sido una semana larga, llena de voces internas que lo habían mantenido ocupado, pero hoy no pensaba en nada de eso. Hoy era el cumpleaños de Alessandro, el esposo de su amada hermana, y eso significaba una fiesta, una oportunidad para relajarse y disfrutar de la compañía de su familia. Amalia se había esmerado con los preparativos, como siempre, y Gabriele estaba dispuesto a fundirse con la esencia festiva que tanto necesitaba.
Al estacionar su coche en el garaje de la casa de Amalia, Gabriele respiró hondo, relajándose un poco. Caminó hacia la puerta de entrada, las luces resplandecientes y los sonidos que invitaban al baile lo entusiasmaron desde el interior. Cuando entró, fue recibido con la calidez de siempre.
—¡Gabriele! —exclamó Amalia, saliendo a su encuentro con los brazos abiertos—. ¡Qué bueno que llegaste! Justo a tiempo