Scott aprieta los puños con tanta fuerza que sus nudillos se ponen blancos. Michael sigue, con un veneno suave en cada palabra.
—Voy a recuperarla… y esta vez la haré mía de verdad. Haré que me dé un hijo. Uno que sí lleva mi sangre. —Le da unas palmadas burlonas en el pecho—. Ve a atender a tu esposa. Pamela me dijo que está muy mal… y no olvides que está embarazada de ti otra vez. Si ella pierde a este bebé puede que quede loco. Y será todo tu maldita culpa. Así que concéntrate en el juego de mañana y de tu futura esposa.
Los ojos de Scott se abren con furia y confusión.
—¿Te preocupas tanto por Pamela que siempre la llevas en la boca?
Michael sonríe con cinismo.
—Recuerda que Pamela y yo somos… amigos y socios. Pobrecita… —clava sus ojos en los de Scott con una dureza brutal—. Tú eliges, pelotero. Pero te advierto: Julieta siempre regresa a mí. Siempre. No te imaginas cómo gemía bajo mi cuerpo cuando la hacía mía. Me rogaba que no saliera de ella y que me derramara en lo más profun