El ascensor privado del Gran Hotel Ivanov subía en completo silencio. Las luces tenues del techo reflejaban sus rostros con suavidad, pero nada podía suavizar el filo que vibraba entre ellos.
Kira, con su impecable traje color rosa y su cabello recogido con perfección milimétrica, sostenía una carpeta con los protocolos de instalación para ejecutivos VIP.
A su lado, Konstantin Vólkov vestía un conjunto sobrio, negro y elegante, con una chaqueta entallada que marcaba la amplitud de sus hombros. El ambiente era tan denso que hasta el ascensor parecía moverse más lento.
—Así que tú serás mi guía personal —dijo él, sin mirar el panel del ascensor.
—No por gusto —respondió ella, fría—. Mi abuelo lo pidió. Yo obedezco.
—Me encantan las mujeres obedientes... pero me obsesionan las que fingen que lo son —murmura, bajando apenas la voz, como si sus palabras fueran un secreto.
Kira no cayó en la trampa. No respondió. Solo apretó los labios y fijó la mirada en el número de piso que se acercaba.