Acompañando a su asesina

Konstantin luego de la cena, a propósito le pidió a Kira en frente de todos que la llevaría a su casa como todo un caballero. A ella no le quedó de otra que aceptarlo.

Ya en las limosinas, lejos de las miradas de los invitados, a Kira se le borró la sonrisa que mantenía frente a otros y se sentó en la esquina opuesta a Konstantin con la cara más dura que una Glock.

Konstantin no dijo nada de inmediato. Se limitó a observarla con una expresión impasible, casi aburrida. Luego sonoramente apenas, sin que la sonrisa tocara sus ojos.

—Qué tranquilidad. Todo un ángel.

—Pudrete.

—Sería un placer pudrirme a tu lado.

—Loco enfermo.

—Es tu culpa. Pensé que te habías enamorado de mí en cuanto me viste —replica con sarcasmo—Y por eso me perdonas te la vida.

Ella lo mira con desdén.

—Eres más arrogante de lo que imaginaba. No te perdoné. Solo no quería morir y ni preocupar a mis padres.

—Y tú más predecible —dijo él, apoyándose con comodidad en el asiento de cuero, mientras piensa en cambiar de estrategia con ella, no puede quedarse de rodillas frente a esa diosa y ser rechazado—. Mira, mujercita... tengo mi vida hecha, mis planos claros. No tengo tiempo para berrinches de princesa asesina—Kira se gira sorprendida—Te ves fuerte, pero eres solo una mocosa jugando a ser letal.

—¿Disculpa?

—Escucha bien —dijo él, con una mirada que la atravesó—. No me interesas. Ni ahora. Ni nunca. Esto es un negocio. Juega bien tu parte, y ambos ganamos. Pero si quieres convertir esta farsa en una telenovela, la perderás. Si quieres llevar a una película sangrienta yo sé cómo ser letal.

Ella lo fulminó con la mirada. Pero no dijo nada más. No puedo creer lo bipolar que es.

La limosina se detuvo frente a la mansión Ivanov, una estructura rodeada de jardines nevados, con faroles encendidos que daban al lugar un aire de realeza congelado en el tiempo.

Kira abrió la puerta antes de que el chofer pudiera hacerlo, bajando con la misma gracia letal que tendría una pantera entrando a un baile de máscaras. Su vestido de Swarovski se deslizaba con elegancia sobre sus caderas, y los tacones de cristal —los mismos que horas antes casi se le habían incrustado a Konstantin en el rostro durante su intento fallido de hacerlo sufrir— repicaban suavemente sobre los escalones de mármol.

Él no bajó. Se limitó a observarla desde el interior oscuro del vehículo. Sus ojos seguían la línea de su escote con una mezcla de interés genuino y cálculo frío. Sabía reconocer un arma bien oculta... incluso si venía disfrazada de mujer.

Kira se giró una última vez, clavando sus ojos grises en los suyos. No dijo nada. Cerró la puerta suavemente, como si no valiera la pena ni siquiera dejar un portazo.

La limosina arrancó con un rugido suave.

Konstantin se acomodó en el asiento y aflojó apenas la corbata. Sus labios formaban una sonrisa ladeada, casi imperceptible.

—Interesante —susurra.

Saca su celular, marca un número conocido. Respondieron al segundo timbre.

—¿Sí, señor Vólkov?

—Katrina —dijo con voz firme—. Quiero una oficina justo al lado de la de Kira Valdivia. La más cercana posible. Pared con pared.

Hubo una breve pausa.

—¿La señorita Valdivia va a trabajar en la fusión de empresas con usted?

—Eso aún no lo sabe —contesta él, mirando por la ventana mientras la nieve cae lentamente—. Pero lo haré. Quiero que ajustes todo. Escritorio, equipo, acceso a archivos compartidos. Que nada pase sin que yo lo sepa. Agrega a mi diseño de oficina todo lo que me gusta.

—¿Quiere que lo anuncie formalmente?

-No. Que parezca coincidencia. Un simple reordenamiento estratégico. Tú sabrás cómo hacerlo ver natural.

—Entendido.

—Y Katrina...

-¿Si?

—Que la oficina tenga una ventana de vidrio polarizado al pasillo. Quiero verla si pasa. Que ella no me vea a menos que yo lo decida.

—Perfecto.

Cortó la llamada y guardó el teléfono. Se sirvió una copa de whisky del minibar y miró su reflejo en la ventana, mientras Moscú se deslizaba a través de la noche.

—Una niñita malcriada, ¿eh? —murmura para sí—. Veremos cuánto dura esa rabia... cuando empiece a conocerme.

La mañana en Moscú amaneció gris, con un velo de nubes pesadas que presagiaban otra jornada fría. Dentro del salón principal de la mansión Ivanov, el fuego crepitaba en la chimenea mientras el olor a café recién hecho y panqueque con mantequilla y mermeladas llena el aire.

Kira se acerca a la gran mesa de nogal con la mente echó un embrollo desde la noche anterior. Llevaba un abrigo largo y oscuro sobre un conjunto de entrenamiento ajustado. Sus ojos grises estaban fríos, calculadoras, como si cada pensamiento se midiera al milímetro.

—Abuelo, necesito hablar contigo —dijo, sin rodeos, con una bandeja con desayuno.

Dimitri, sentado en la cabecera con un periódico ruso desplegado y unas gafas de lectura sobre la nariz, alzó la vista con una leve sonrisa.

—Buenos días también para ti, Kira. Gracias por traerme el desayuno. Que mi nieta venga tan temprano a concentirme me da miedo

—No quiero casarme con ese hombre —soltó, cruzándose de brazos al dejar la bandeja en la mesita—. Esto es absurdo. No somos mercancía para firmar tratados de paz. Ellos son el enemigo. Familia del hombre que mató a papá ¿ya se te olvidó que su abuelo lo mando a eliminar sin una gota de escrúpulos? ¡Mi madre y yo estamos vivas de milagro!

Dimitri suspira y deja el periódico sobre la mesa. Toma la taza de porcelana y le dio un sorbo antes de hablar.

—No me opongo a que rechaces el compromiso, Kira. Si decides que no quieres seguir adelante, te apoyaré.

Ella lo mira, sorprendida.

—¿De verdad?

—Claro que sí. —Hizo una pausa—. Pero te pido que al menos lo consideres. Lo intento. Konstantin no es un mal partido... no podemos echar la culpa al muchacho de los errores de su abuelo, se crio muy lejos de la mafia. Su madre se aseguró de criarlo bien. Somos amigos a pesar de que tu abuelo Alejando Valdivia y yo acabamos con la organización de Vólkov—añadió con calma—. El chico habla seis idiomas, practica artes marciales, sabe defensa personal es culto, y según entiendo, fue uno de los mejores en su generación en Cambridge. Doctorado en finanzas.

Kira alza una ceja con escepticismo.

—No lo dudes.

Dimitri entrecerró los ojos, reconociendo ese tono de ironía familiar.

—Sé que para ti es el enemigo. Pero recuerda algo, nieta mía… él también podría verte a ti de la misma forma. Sin embargo se a porta como un caballero.

—¿Caballero? Una rata es más caballero que ese.

Ella apretó los labios.

—No hay exageraciones. Así que entiendes mi posición. Inténtalo al menos. Además es guapo y he visto como se miran.

—No lo miro de ninguna forma. Solo lo odio detesto y quiero hacerlo papilla. Él es el malo de esta historia.

El anciano está aumentando con gravedad.

-Perder. Pero antes de que sigas con ese discurso, déjame recordarte algo que no es tan cómodo. No sabría decir si todo empezó por mis padres o mis abuelos hacia esa familia. Tu abuelo Alejandro, tus tíos Matías y Hugo… también exterminaron a miembros de la familia Volkof por la muerte de tu padre como una advertencia. Fue una guerra, Kira. Una guerra sucia donde todos mancharon las manos. No solo los Volkof.

Kira mira hacia la ventana, donde la nieve comenzaba a caer lentamente. El silencio se hizo espeso entre ambos.

—¿Y eso justifica que me obligan a casarme con uno de ellos? —pregunta con voz baja.

Dimitri se levantó, con una mano apoyada en el bastón de plata.

-No. Pero sí justifica que busquemos una tregua que evite más sangre. Y si esa tregua puede comenzar con ustedes dos... no sería la primera vez que dos enemigos firmen la paz con un apretón de manos. O con un beso.

Ella hizo una mueca, sin girarse.

—No lo beso ni lo loca.

Dimitri soltó una carcajada ronca y se acercó a ella.

—Entonces hazlo a tu manera, Kira. Lo necesitamos de nuestro lado. Los japoneses se están expandiendo muy rápido dentro de nuestro territorio. Sé astuta. Conócelo, observa. Puedes ser la reina de esa organización. Échatelo en un bolsillo y vuélvete invencible. Desarrolla tu propia organización a costillas de ellos. Haz que él lama tus botas, que sea tu perro fiel. Y si después de eso, aún no lo soportas, te lo juro por mi vida que no moveré un dedo para detenerte.

Kira gira la cabeza para mirarlo. La dureza de sus ojos se suavizó apenas. ¿Usarlo y hacer lo que le venga en gana sin matarlo? ¿Hacer que se arrastre y llama sus botas? Lo vio tentador por un segundo.

"Amarrado con un collar en el cuello y unas esposas de metal en las muñecas, a sus pies...—¿que demonios?"— piensa Kira.

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