CAPÍTULO 17. ¡Estoy muy enojado contigo, muy enojado!

Los ojos de Stefano no se cerraban del todo. No sabía por qué, pero no lograba conciliar el sueño. A veces creía que incluso estaba soñando despierto, porque era como si su cerebro no pudiera calmarse.

—¿No está muy fría? —preguntaba en un susurro.

—No —respondía Kiryan sin abrir los ojos.

Veinte minutos pasaban y lo escuchaba resoplar de nuevo.

—Está tibia, ¿no está muy tibia?

Kiryan asomó la cabeza sobre Bells.

—Stefano, cierra los ojos y duérmete. Yo me encargo —rezongó.

Pero era imposible, porque aunque Stefano tuviera los ojos profundamente cerrados, era como si la arteria de su estómago latiera contra él con tanta fuerza que no lo dejara descansar.

La luz del día lo sorprendió ojeroso y cansado. Vio a Kiryan cubrir a Bells con una manta antes de asegurarse por última vez que estaba bien y luego hacerle un gesto para que lo siguiera.

Stefano se sentó en la barra de la cocina con el rostro entre las manos, y Kiryan hizo café en completo silencio.

—¿Cómo logras dormir? —le preguntó
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