Antes del atardecer, el auto oficial se detuvo frente al pórtico del pritaneo, una estructura antigua custodiada ahora por más de una centena de guardias. El sol caía con fuerza sobre las columnas, marcando sombras definidas en el suelo empedrado. Logan descendió primero, atento, con la mirada alerta. Catalina lo siguió sin pronunciar palabra, envuelta en una túnica más sobria que fastuosa, el velo sujeto con minuciosidad sobre su cabello.
Dos vehículos más se estacionaron detrás de ellos. De uno descendieron Marco y Pietro, seguidos por otros cuatro agentes armados, preparados para cualquier eventualidad.
La mujer que los había recibido en el aeropuerto —de porte elegante, discreta, y rostro inescrutable— los aguardaba al pie de las escalinatas. Se inclinó apenas ante Catalina, con una cortesía más política que religiosa.
—Bienvenida, Domina. El recinto ya está preparado para su ingreso. La antorcha y el altar aguardan.
Catalina asintió, pero no respondió. Logan avanzó un paso detrás