QUINTUS

Los días se sucedieron con idéntica intensidad. El grupo, que al comienzo tenía veinte aspirantes, se redujo a la mitad en pocas semanas. Algunos se retiraban por lesiones; otros, por quebrarse emocionalmente. Logan seguía en pie, aunque el cansancio comenzaba a horadar su espíritu. Por las noches, miraba el techo con los ojos abiertos, preguntándose si ese sacrificio tenía sentido. El rostro de Catalina, difuso pero presente, le daba respuesta.

Una noche, mientras caminaba solo por el patio, Marco, uno de los pocos que resistían, se le acercó.

—¿Todavía no te has rendido? —le dijo con una sonrisa cansada—. Yo estuve a punto de hacerlo ayer.

Logan soltó una breve risa.

—No vine hasta al otro lado del mundo para abandonar. Tal vez no sepa bien qué busco, pero sé que no puedo volver atrás.

—Eso es lo que me asusta —dijo Marco—. Que seguir no garantiza nada. Pero detenerse... es quedarse vacío.

Durante una de las pruebas más exigentes, debieron cruzar un pasaje subterráneo con una linterna. La de Logan se apagó a mitad de camino. El miedo lo atrapó por un instante. Era una oscuridad espesa, abrumadora. Pero respiró hondo, cerró los ojos y avanzó a ciegas, guiado solo por sus pasos, por los sonidos, por la imagen de la joven vestal que lo había marcado. “No puedo rendirme”, se repitió, y siguió hasta encontrar la salida.

Las llamadas con su madre eran breves y tensas, cada palabra cargada de preocupación y miedo.

—Logan, no sé si esto que estás haciendo es lo correcto —dijo ella en voz baja, casi como si temiera ser escuchada—. Eres lo más importante en mi vida. Desde que tu padre nos abandonó, eres el centro de mi mundo. Por eso me duele verte arriesgar tanto.

Él escuchaba atento, aunque su corazón latía con fuerza.

—¿A qué te refieres, mamá? —preguntó con cautela.

Ella tomó aire, decidida a no ocultarle la verdad.

—La guardia de las vestales no es un juego. Es una vida llena de reglas estrictas, peligros reales... y consecuencias terribles.

—¿Consecuencias? —Logan frunció el ceño.

—Si alguna vez te descubren intentando seducir o acercarte demasiado a una vestal, no solo perderías tu lugar, Logan. Podrías terminar en prisión de por vida, o peor. La ley es implacable con quienes rompen ese juramento. No es solo un castigo social, es una condena severa.

El silencio se hizo más denso.

—¿Y tú crees que yo haría algo así? —respondió él, con un dejo de desafío.

—No digo que lo harías... pero cuando el corazón habla, las personas hacen locuras. Quiero que lo tengas presente, que seas consciente del riesgo. Esto no es solo un entrenamiento físico, es un compromiso que puede costarte todo.

Logan apretó los puños y bajó la mirada.

—Lo sé. Y por eso mismo debo ser más fuerte. No puedo permitirme equivocarme ni perder el control.

—Solo quiero que estés seguro, que no te quemes en algo que no puedes apagar —susurró ella con voz quebrada.

—Gracias, mamá. Tus palabras me llegan, y no las olvido. Pero esta es mi lucha, y voy a seguir adelante, cueste lo que cueste.

El teléfono quedó en silencio, pero en esa pausa, la gravedad de sus decisiones pesó más que nunca en el corazón de Logan.

El entrenamiento no era solo físico. También incluía ejercicios mentales: meditación, autocontrol, estrategias de vigilancia. Occia, la Vestalis Maxima, aparecía algunas veces. Su sola presencia imponía respeto. Era una figura envuelta en silencio, pero cuya autoridad llenaba el espacio.

—No basta con la fuerza —dijo una vez—. Quien cuida el fuego debe ser más fuerte que su propia ira. Más firme que el miedo. Más sabio que el deseo.

Una noche, mientras hacía la ronda, Logan se encontró cara a cara con Dario. No lo esperaba. Estaba de pie junto a las escaleras del atrio central, en silencio.

—Sharp —lo llamó sin mirarlo—. ¿Sabes por qué estás aquí?

Él dudó. No sabía si debía responder con honestidad o con lo que creía que él esperaba oír.

—Estoy aquí... porque quiero servir —dijo al fin.

—No es suficiente —replicó Dario, sin dureza, pero con firmeza—. Muchos quieren servir. Pocos están dispuestos a desaparecer. El servicio a Vesta exige renuncia. ¿Estás dispuesto a no existir para el mundo?

Logan bajó la mirada. Sintió que su garganta se cerraba.

—Lo intento cada día.

Dario lo observó por primera vez con atención.

—Entonces sigue intentándolo. Porque si te quedas, no serás Logan Sharp. Serás uno más en el muro. Uno de los que velan sin ser vistos.

Logan asintió. No dijo nada más. Pero esa noche, frente al fuego, comprendió que aquello que deseaba no era gloria ni reconocimiento. Era pertenecer. Fundirse con algo más grande que él mismo.

Durante las rondas nocturnas, Logan recorría el templo bajo la luna. En la oscuridad, las piedras parecían susurrar secretos antiguos. En el centro, el fuego sagrado seguía ardiendo, como si ignorara el paso del tiempo. Logan, a veces, se detenía frente a él, en silencio, y sentía que algo invisible lo transformaba.

El comedor común era amplio, con techos altos y lámparas de hierro que proyectaban sombras largas. Las mesas de piedra se llenaban de rostros exhaustos. Logan comía en silencio, masticando pan con queso, con la vista fija en la entrada. De pronto, el murmullo general se apagó. Un grupo de guardias activos cruzó el umbral. Vestían uniformes ceremoniales, caminaban con precisión. El fuego de Vesta brillaba en sus pechos como una insignia de otro mundo.

Marco se inclinó hacia Logan.

—Mi hermano es uno de ellos —dijo—. Segundo escuadrón, guardia exterior. Somos cinco generaciones en esto. Si fallo, cortaré la cadena. En mi familia eso pesa.

Logan lo miró, admirado.

—Debe ser una carga enorme.

—Lo es. Pero también es un orgullo.

Logan bajó la mirada.

—¿Y yo? ¿Qué posibilidades tengo? No tengo sangre romana. Ni raíces. Solo ganas.

—Si entras, serás el primer extranjero en siglos. Algunos lo verán mal. Pero si demuestras que lo mereces, lo aceptarán.

Logan respiró profundo.

—No vine hasta aquí para rendirme.

Marco levantó su vaso.

—Entonces no te detengas, hermano. Esto recién empieza.

Chocaron los vasos en silencio. Entre el ruido apagado del comedor y los cuerpos rendidos por el cansancio, los dos compartieron una certeza: el camino era largo, pero seguía abierto.

Y Logan pensó, mientras dejaba el vaso sobre la mesa: si el fuego podía arder sin descanso, él también.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP