Ese hombre, que había viajado hasta allí con una foto de mi madre en el bolsillo, era tan joven como el hermano mayor de Adam, y solo dos años mayor que mi esposo; tenía quizás apenas 33 años. Pero de algo estaba segura: él no era ni un poco similar a mi marido. Y sus intenciones para comunicarse conmigo luego de 9 años no podían ser buenas.
Recelé de él mientras me limpiaba los ojos llorosos y le devolvía la fotografía.
—¿Qué esperas que haga yo por ella? Sabes que me abandonó y nunca me buscó...
—Pero está muriendo, Nana. Y no creo que tú seas indiferente al dolor de tu propia mamá, ¿o sí?
Tragué saliva y bajé la mirada brevemente a la mujer demacrada en esa foto maltratada. El rostro de ella sí había cambiado mucho desde la última vez que la vi; ya no era guapa, al contrario, inspiraba pena.
—Contrajo sida hace poco más de 3 años y nunca acudió a tratamiento, por lo que averigüé.
Cerré los ojos ante el dolor que sus palabras me provocaron. Siempre supe que ella tendría un final fat