—¿Quién es, Hannah? —me presionó Adam, mirándome con los celos hirviendo en su rostro y apretando mis muñecas contra mis propios pechos.
Su cuerpo estaba encajado entre mis piernas, y yo estaba semidesnuda, en erótica lencería negra, debajo de él; atrapada entre la piel del sillón y el peso aprehensivo de mi esposo. Apenas me estaba preparando para hablarle sobre mi cita con ese hombre y lo que ahora sabía de mi madre, pero había imaginado que tendría tiempo de reconciliarme con mi marido y planear meticulosamente la conversación. Sin embargo, no había contado con la posesiva agudeza que mi esposo poseía hacia mí.
—¿Por qué no dices nada? —se le afiló la mirada cuando entornó aquellos preciosos ojos suyos, consumido por los celos que apenas lograba reprimir—. Será mejor que tu explicación sea buena, amor, excepcional.
Separé los labios, pero sin palabras en ellos; solo estaba sorprendida por la forma en que había descubierto mi encuentro con ese hombre solo porque su colonia se hab