Dormí como una bebé en los brazos de mi mamá, como no pasaba desde que era niña. Solo me desperté cuando la luz cálida del sol me dio de lleno en la cara, demasiado caliente para seguir durmiendo. Entonces bostecé y abrí los ojos, para descubrir que ya no me hallaba en la habitación de mi mamá, con ella, sino que ahora estaba en otra habitación.
Y, junto a la cama, estaba aquel marido mío. Tenía ojeras marcadas bajo los ojos y una expresión agotada.
—¿Por qué no me dijiste que no volverías a casa anoche? Estaba angustiado por ti, Hannah —me reprendió, como si tuviera el derecho a preocuparse por mí.
Me incorporé en la cama, adivinando sin esfuerzo que él me había llevado allí, luego de saber dónde estaba.
—No creo tener la obligación de decirte qué hago...
—Si eso crees, pruébame, Hannah. —Apoyó los puños en la cama, inclinando el rostro para verme bien con unos ojos inusualmente fríos—. Ponme a prueba, tal vez así descubras de una vez lo que yo haría para mantenerte a mi lado.
Retroce