Alexandra Rumanov era magnífica y entendí por qué había sido galardonada tantas veces cuando nos ofreció una rutina única, tan increíble que era imposible dejar de ver sus movimientos, giros y acrobacias en el hielo. Pero aunque yo estaba impresionada por esa patinadora extranjera, Adam lo estaba aún más.
Durante todo el espectáculo, él permaneció absorto en ella, mirando cada movimiento suyo y siguiéndola por toda la pista. Ese grado de atención me pareció extraño, especialmente viniendo de él, y no comprendí la razón tras su interés hasta que la música se detuvo y ella se volvió hacia los espectadores con la respiración agitada por el esfuerzo y una amplia sonrisa deslumbrante.
Yo no era del tipo celosa, pero cuando los ojos de ella recorrieron la primera fila de asientos y se detuvieron en mi marido con una mezcla de sorpresa y emoción, sentí un aguijonazo atravesarme el pecho de lado a lado.
Volteé a ver a mi esposo, solo para contemplar cómo compartía una mirada de familiaridad c